Isabella
La primera sensación fue el calor.
Un calor tibio, envolvente. No el de las mantas ni el de la suave luz que se filtraba por las cortinas de lino blanco, sino el de un cuerpo. Su cuerpo. Luca.
Estaba pegado a mi espalda, su respiración lenta rozando mi nuca, uno de sus brazos cruzado sobre mi cintura como una promesa muda. La habitación olía a nosotros, a noche gastada y deseo cumplido. A piel marcada por el fuego y la ternura. A ese tipo de amor que no se dice con palabras, sino con suspiros, manos temblorosas y bocas que no quieren separarse.
Cerré los ojos por un momento, absorbiendo la quietud. Era un silencio nuevo. No de los que pesan, no de los que esconden verdades o amenaz