Isabella
La sala estaba llena de murmullos y risas, una mezcla de conversaciones vacías que intentaban ocultar la tensión bajo la superficie. Las luces doradas del salón brillaban como diamantes, y el sonido de los tacones sobre el suelo de mármol creaba una melodía rítmica, casi hipnótica. Pero no era el eco de mis pasos lo que atraía todas las miradas. No. Era el vestido.
Era rojo. Un rojo sangre, profundo, tan intenso que parecía capturar toda la atención a su alrededor. El terciopelo se ajustaba perfectamente a mi figura, rescatando cada curva, marcando mis caderas con la precisión de una obra de arte. Los tirantes del vestido caían delicadamente sobre mis hombros, dejando mi piel expuesta, casi desnuda. Un escote pronunciado revelaba la