Isabella
El olor a alcohol y desinfectante fue lo primero que me golpeó. Luego, el silencio. No ese silencio tranquilo que te abraza, no. Este tenía filo. Era espeso. Como si el aire supiera que estuvo a punto de no respirarse más.
Intenté mover los dedos. Una punzada me recorrió el brazo. La sien ardía como si una llama me lamiera el hueso. Pero el dolor era… reconfortante. Estaba viva.
Por ahora.
No abrí los ojos de inmediato. Me quedé ahí, en esa oscuridad blanda, con el cuerpo entumecido y la mente fragmentada.
—Confiar es morir, Isabella —decía la voz en mi cabeza. Grave. Ita