Luca
La sala estaba impregnada de un perfume demasiado caro y un veneno demasiado evidente.
Los líderes mafiosos que quedaban —los que aún respiraban tras la última purga de sangre— estaban sentados en torno a una mesa ovalada, fingiendo cortesía como si no se hubieran intentado matar los unos a los otros en los últimos seis meses. A cada lado de la habitación, escoltas armados que apestaban a tensión contenida. Cada gesto, cada palabra, cada copa alzada, escondía un posible ataque.
Y al centro… Isabella.
Vestida como una reina de guerra. Negro de pies a cabeza. El cabello recogido en una trenza que caía como una serpiente sobre su hombro