Jacob aún tenía la piel sensible y el cuerpo fatigado por los eventos de la noche anterior, como si cada fibra de su ser recordara la tensión vivida.
El aire estaba impregnado con el aroma tenue del café recién preparado, mezclado con el olor a madera envejecida de los muebles, un perfume familiar que normalmente le traía calma, pero que hoy parecía ajeno, distante.
Al posar la mano sobre la encimera de granito, sintió la textura rugosa y fría como una piedra de río, lo que lo hizo estremecerse sin saber si era por el contacto físico o por la ansiedad que le carcomía el pecho sin explicación.
Mientras intentaba preparar café con torpeza, Valery lo observaba desde la mesa del comedor con una expresión que oscilaba entre el amor y la preocupación intensa, había algo en su mirada que no era solo miedo, sino una mezcla de responsabilidad y culpa, como si se reprochara no haber previsto lo que ocurrió, su cuerpo se mantenía en tensión constante, como si una alarma invisible repiqueteara de