୧ VII ୨

Tras dos largas horas de viaje, finalmente sentí cómo el carruaje aminoraba la marcha y se detenía con un ligero vaivén. El silencio que siguió me pareció extraño, casi solemne, como si el propio lugar aguardara nuestra llegada.

Mathias fue el primero en descender con elegancia ; luego extendió su mano hacia mí y, con su ayuda, puse un pie en tierra firme. Catherine fue la última en salir.

Lo que apareció ante mis ojos me robó el aliento.

Frente a mí se desplegaba un paisaje digno de un cuento antiguo. La vegetación, exuberante y salvaje en su perfección, parecía palpitar con vida propia. Los árboles, altos como gigantes silenciosos, extendían sus ramas verdes y frondosas hacia el cielo, filtrando la luz del sol en haces dorados que danzaban sobre la tierra. El aire estaba impregnado de un aroma fresco, mezcla de musgo, tierra húmeda y flores recién abiertas, como si la naturaleza entera quisiera darme la bienvenida.

La entrada era una obra de arte en sí misma: una larga fila de rosa
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