୧ VII ୨

Tras dos largas horas de viaje, finalmente sentí cómo el carruaje aminoraba la marcha y se detenía con un ligero vaivén. El silencio que siguió me pareció extraño, casi solemne, como si el propio lugar aguardara nuestra llegada.

Mathias fue el primero en descender con elegancia ; luego extendió su mano hacia mí y, con su ayuda, puse un pie en tierra firme. Catherine fue la última en salir.

Lo que apareció ante mis ojos me robó el aliento.

Frente a mí se desplegaba un paisaje digno de un cuento antiguo. La vegetación, exuberante y salvaje en su perfección, parecía palpitar con vida propia. Los árboles, altos como gigantes silenciosos, extendían sus ramas verdes y frondosas hacia el cielo, filtrando la luz del sol en haces dorados que danzaban sobre la tierra. El aire estaba impregnado de un aroma fresco, mezcla de musgo, tierra húmeda y flores recién abiertas, como si la naturaleza entera quisiera darme la bienvenida.

La entrada era una obra de arte en sí misma: una larga fila de rosas rojas bordeaba el camino principal, cada capullo abierto como si compitiera por superar en belleza al siguiente. Sus pétalos parecían hechos de terciopelo carmesí, y las gotas de rocío aún colgaban de ellos como diminutas gemas cristalinas.

No pude evitar pensar que la persona encargada de cuidarlas debía poseer no solo gran habilidad, sino también paciencia infinita y un amor sincero por su labor. Mantener algo tan perfecto era, sin duda, un arte en sí mismo.

Mi admiración, sin embargo, pronto fue eclipsada por la visión que aguardaba al final del sendero. Allí se alzaba el palacio, colosal e imponente. Su blanco resplandor parecía rivalizar con la luz del sol, reflejándola de un modo casi cegador, como si el edificio estuviera hecho de mármol puro o de alguna piedra celestial. Sus torres se elevaban con elegancia, y la arquitectura en su conjunto irradiaba poder y grandeza, como si la misma tierra se hubiera inclinado para sostenerlo.

A ambos lados de la entrada principal, filas de guardias reales custodiaban el lugar con una seriedad inquebrantable. Sus armaduras brillaban bajo la luz, y sus expresiones impenetrables daban la sensación de que nada ni nadie podría atravesar esas puertas sin ser juzgado digno. La magnitud de la seguridad me resultó casi abrumadora, y por un momento me sentí pequeña frente a tanta solemnidad.

—Bien, ya hemos llegado —anunció Catherine con una sonrisa cargada de entusiasmo, rompiendo la tensión que me oprimía el pecho.

Tras un breve intercambio de palabras con los imponentes guardianes, se nos permitió pasar. El portón se abrió lentamente, dejando escapar un murmullo metálico que me hizo estremecer.

Si por fuera el palacio me había parecido majestuoso, por dentro era un mundo aparte. Caminamos por largos corredores durante varios minutos, y cada paso me revelaba un nuevo matiz de lujo. El eco de nuestras pisadas se mezclaba con el susurro lejano de sirvientes que se movían discretamente, casi invisibles.

Las paredes blancas parecían radiar una pureza etérea, y cada superficie estaba decorada con delicados detalles en oro que brillaban bajo la luz de enormes candelabros de cristal. El aire olía a incienso suave, con un matiz floral, como si hasta el ambiente hubiera sido cuidadosamente preparado para impresionar.

Escaleras imponentes de mármol se entrelazaban con pasillos interminables, y puertas altas de madera oscura, adornadas con relieves dorados, se sucedían una tras otra, como si cada una ocultara secretos antiguos. Era un laberinto fascinante y abrumador a la vez, un lugar donde perderse parecía tan fácil como respirar.

—A nuestra señora le encanta el color blanco combinado con el oro —comentó Catherine en voz baja, adivinando mis pensamientos. Su tono estaba impregnado de un orgullo difícil de disimular.

Este no era simplemente un palacio. Era un castillo digno de una emperatriz, un templo levantado en honor a la magnificencia misma.

—Primero te mostraré la cocina, luego el salón común donde pasarás la mayor parte de tu tiempo con los demás, y por último el jardín.

Cada lugar que visitamos era tan impactante como el anterior. La cocina era enorme, llena de vida, aromas deliciosos y personas trabajando con precisión. El salón común era igualmente impresionante, con espacios cómodos y elegantes que parecían invitar a relajarse y socializar.

—¿Por qué dejaste el jardín para el final? —pregunté con curiosidad.

—A esta hora suele haber alguien allí. Primero quiero ver quién es, y si lo considero apropiado, irás a saludar.

—¿Debo hacer alguna reverencia o algo especial?

—No. Los títulos no importan dentro de este palacio. Las únicas personas con un rango mayor son los preferidos de nuestra señora. A ellos si tienes que tratarlos con respeto pero dudo mucho que nos encontremos con alguno, no suelen tener contacto con lo que ellos consideran... inferiores.

Nuestra caminata continuó hasta que finalmente llegamos al jardín principal. Según Catherine, el palacio tenía tres jardines, pero este era el más grande y estaba reservado exclusivamente para los miembros del harem personal.

—Antes de que hagas cualquier cosa, déjame advertirte algo. Como te dije antes, a algunos les caerás bien, a otros mal, y habrá quienes ni siquiera se molesten en notarte. Pero no te engañes: eres competencia para todos ellos. Es probable que intenten hacerte sentir incómoda o incluso hacer que quieras irte.

—Eso no va a suceder —respondí con firmeza—. Mi motivación es mi familia. Por ellos estoy aquí. No voy a desistir tan fácilmente.

Acepté venir porque quiero sacar a mi madre y a mi hermana de esa casa. Quiero alejarlas de ese hombre terrible y darles una vida digna. No permitiré que un grupo de chicos malcriados, que han tenido todo en bandeja de plata, me hagan rendirme.

—Eso es lo que quería escuchar. Muy bien, hemos llegado al jardín principal.

El lugar era un espectáculo. Era amplio y hermoso, con muebles y asientos elegantes distribuidos con precisión por todo el espacio. Había guardias y sirvientes por todas partes, y su presencia solo subrayaba lo importante que era este lugar.

—Nuestra señora les tiene mucho aprecio a ustedes, por eso la seguridad aquí es tan estricta. Tu cuidado es una de sus prioridades.

Observé el jardín con detenimiento. Había algo especial en ese lugar, una calma que parecía envolverlo todo.

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