—¿Ves a esa chica? —preguntó Catherine en un susurro, como si compartiera un secreto importante—. Se llama Leah. Es una suerte que sea ella quien esté en el jardín hoy. Es la más tranquila de todas las damas de nuestra señora. Estoy segura de que te llevarás bien con ella. Todos aquí la respetan, y rara vez se mete en conflictos.
Seguí la dirección de su mirada y vi a Leah, sentada sobre un enorme cojín. Su vestido blanco contrastaba con el verde del césped y con la sombra de un majestuoso abedul que cubría la mesa repleta de frutas, panes y dulces. Se veía relajada, absorta en sus pensamientos, como si el bullicio del palacio no existiera para ella. Antes de que Catherine pudiera añadir algo más, alguien la llamó con un gesto desde la distancia. —Ve y habla con ella un momento —dijo mientras me dedicaba una sonrisa tranquilizadora—. Todavía tengo que organizar algunas cosas para ti, en cuanto termine regresaré.