El amanecer llegó teñido de gris.
La luz se filtraba entre las nubes como si el cielo se rehusara a mirar lo que había hecho. Lo que me había convertido. No había canto de aves, ni murmullos del bosque. Solo el silencio espeso de algo que se ha roto. Algo que, quizás, ya no pueda repararse.
Mi magia dormía… o fingía hacerlo. Pero bajo la superficie de mi piel, podía sentirla latir con ansiedad, con hambre. Como si el caos se estuviera acostumbrando a mí. A mi cuerpo. A mi alma.
Había herido a personas. A miembros de la Alianza. A hermanos de guerra, algunos que conocía por nombre, otros que me habían entrenado, protegido, reído conmigo alrededor de hogueras. Ahora… me veí