Súplicas

La niña había ido al baño en la suite y el Cuervo aprovechó para aparecer silenciosamente en el marco de la puerta. Sus pasos eran medidos, calculados, y su presencia imponía un aire de poder casi absoluto. La luz del sol entraba por los ventanales, iluminando la habitación con un tono cálido, pero incluso esa claridad no podía suavizar la tensión que flotaba en el aire. Vicky lo miró de reojo, con los músculos tensos, preparada para cualquier movimiento, mientras sentía cómo el corazón le golpeaba el pecho con fuerza.

—¿Cómo estás? —preguntó, con voz grave y pausada, como si cada palabra pesara toneladas.

Vicky frunció el ceño y le respondió de mala gana, ajustándose la bata sobre los hombros:

—Tan bien como puede estar alguien que está secuestrado.

El Cuervo arqueó una ceja y su expresión se endureció, la línea de sus labios se tensó:

—No me digas eso frente a tu hija. Tory va a oírte.

Vicky bajó la mirada y susurró, apenas audible:

—Tory recuerda lo que pasó… se despierta con pesad
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