El “sí, acepto” se escuchó fuerte y claro. Los vítores y los silbidos no se hicieron esperar, y los pequeños pasos de quien ahora era su hija se dirigieron directamente hacia Peter.
—¡Papito! —gritó Tory, lanzándose a los brazos de su padre antes de que pudiera cumplir con el clásico “puede besar a la novia”.
A ninguno de los dos les importó. Había tiempo de sobra para besarse con calma, para seguir amándose sin necesidad de testigos. Peter alzó a la pequeña y, junto a su esposa, protagonizó un momento que robó los suspiros de todos los invitados. Abrazados a Tory, besaron sus mejillas con ese amor sereno que los unía desde el instante en que comprendieron que no podían vivir el uno sin el otro.
La celebración estuvo llena de besos, risas, abrazos y algunos jalones de orejas para Peter, que ya se había acostumbrado a la forma tan peculiar de ser parte de esa familia.
—Ahora sí, bienvenido, muchacho —dijo Mike, dándole una palmada en la espalda que casi le quitó el aire.
Patrick soltó