Vicky y Tory llegaron a la casa de su padre, cansadas y emocionalmente agotadas. Vicky había estado llorando durante todo el viaje, intentando contener las lágrimas frente a su hija, pero no había podido evitar que se le escaparan algunas. Tory, por su parte, estaba callada y seria, con los ojos hinchados de tanto llorar.
Al entrar en la casa, Vicky se sintió abrumada por la calidez y el amor de su madrastra, Morgana y sus hermanitos, pero lo que más le sorprendió fue ver a su abuela, Linda Falcone.
—Oh, mi vida, por fin ya están en casa sanas y a salvo.
Su abuela, Linda, se apresuró a abrazarla.
—Mi pobre niña —dijo Linda, acariciando el cabello de Vicky—. ¿Qué pasó? Entiendo lo del secuestro y todo eso, pero esto es otra cosa ¿Fue por lo que pasó en el aeropuerto? ¿Ese maldito desgraciado te dejó así?
Linda y Morgana lo habían visto en televisión nacional, era la comidilla de todos los diarios amarillistas y de prensa farandulera.
Los titulares más amistosos decían que Peter, como