La mañana recibió a Vicky y Tory con un sol esplendoroso y ese calorcito que solo la playa podía dar. Ambas despertaron de buen ánimo y se prepararon para las primeras actividades del día.
—Mmm, ¿qué haremos hoy, Tory?
—¡Nadar con los peces!
—Suena bien, me gusta la idea, pero primero iremos a desayunar.
—¿Podemos invitar a Peter? —La inocente pregunta de la pequeña removió más de alguna cosa en Vicky.
—No… no lo creo, cariño. Él está con su esposa disfrutando del resort, al igual que nosotras, que estamos juntas, mi amor.
Trató… de verdad que trató de no ser demasiado notoria y que esas palabras que salían de su boca no le dolieran, pero… ese tipo le removía “todo” y tenerlo tan cerca era como un peligro inminente. Ya le había pasado anoche, todo fue tan especial que casi flaqueó ante él.
Se vistieron para la ocasión, Tory con un hermoso traje de baño con sirenas igual de pelirrojas que ella. Por su parte, Vicky se probó varios trajes de baño que las chicas (en especial Tammy y Brenda) le habían echado en la maleta y cuál de todos era más revelador.
—Ese, mami, ese se te ve precioso.
Vicky se miró en el espejo. El trikini de color esmeralda era demasiado, pero su hija tenía razón, se amoldaba a su figura esbelta como un guante. No lo pensó más y le hizo caso a su hija. Sobre el traje de baño se colocó una camisola de color blanco; ambas se pusieron sus sandalias, tomaron sus sombreros, el bolso con sus cosas y fueron al restaurante cerca de la playa para desayunar.
Con tanta mala —o buena— suerte, se encontraron justo con la parejita que menos quería encontrarse.
Peter no sabía si las olía o simplemente las presentía, pero su mirada fue de inmediato hasta la entrada, de forma instintiva, y nuevamente su cuerpo se estremeció.
Lizzie estaba hablando con una pareja de conocidos, haciendo como si nada estuviera pasando en su ya roto matrimonio.
—¡Peter!
—Perdón, ¿qué decían?
—Los Miller irán a bucear después de desayunar y me dije, ¿por qué no? Creo que nos vamos a divertir —por fin pensaba ella para sus adentros. Por su lado él esbozó esa sonrisa fingida que tenía para todo aquel que no fuese Lizzie.
—Sí, claro. Es una buena idea —respondió por cortesía.
Por suerte, Lizzie no notó a la madre y a su pequeña hija y siguió conversando como si nada con sus amigos. En cambio, Peter, de reojo, miraba a las dos pequeñas sirenas que ya se habían instalado lo más lejos posible de ellos.
Vicky y Tory se sirvieron huevos revueltos, fruta, jugo de mango y pancakes del buffet, y comieron tranquilamente mirando por el gran ventanal. El día pintaba para estar en el agua y Vicky ya había confirmado con la recepción que irían a nadar con los peces, como se lo pidió su hija.
Terminaron rápido de comer y se apresuraron a tomar sus cosas.
Salieron de la mano sin siquiera darse cuenta de que Peter las miraba con cierta añoranza y se dispusieron a caminar un rato por la playa, pues su salida estaba programada para las diez en punto y el muelle desde donde zarpaba el yate estaba cerca.
—Mira qué hermoso, mami.
Tory tenía en sus manos algunas conchitas que recogió de la arena.
—Son preciosas, cariño. Guárdalas en tu bolsito y puede que cuando tengamos un tiempo hagamos una pulsera.
—¡Sí!
Chilló Tory feliz y corrió alrededor de su madre dando pequeños saltitos de alegría.
Vicky revisó su reloj. Quedaban cinco minutos para la actividad, así que se apresuró a tomar de la mano a Tory y se dirigieron al muelle. Al llegar al yate mostró la pulsera que le habían dado en recepción y el encargado la escaneó.
—Bienvenidas, señorita Falcone y mini señorita Falcone.
Ambas dieron las gracias y el encargado las ayudó a subir. Les indicó que podían ir a la proa para que se instalaran y que debían esperar unos minutos, porque aún faltaban algunos pasajeros.
Mientras caminaban hacia el lugar designado, se toparon con un hombre mayor que las miró a ambas con notoria curiosidad, pero Vicky lo dejó pasar y se instaló junto con Tory en una de las reposeras para colocarse protector solar.
—Eso, tu cara debe quedar completamente protegida.
—Parezco un mimo, mamá —le dijo entre risitas Tory, y Vicky sonrió. La estaban pasando fenomenal, y eso que el viaje no había comenzado.
Escucharon los pasos de más personas y Vicky se volteó a ver. Eran dos matrimonios de recién casados, que se sentaron junto a ellas y comenzaron a conversar.
Vicky aún era un tanto reacia a las relaciones interpersonales, pero ambas chicas hablaban demasiado y Tory lo estaba disfrutando.
Las mujeres contaron que ambos matrimonios eran amigos desde la secundaria, que habían decidido hacer una boda conjunta y traspasaron esa unión a su luna de miel.
Vicky rió con la actitud de ambas y siguió la conversación muy atenta. A veces pensaba que le hizo falta tener una amiga así.
Podía ser que ese tipo de relación lo tuviera con Morgana, su madrastra, pero ambas estaban en páginas distintas ahora. Lo mismo le pasaba con Brenda, su hermanastra.
—¿Y ustedes están solas? —le preguntó una de las mujeres.
—Sí, esto fue un regalo de mis abuelos por mi graduación.
—¡Felicidades! —chilló la otra y la abrazó como si fuera su amiga de toda la vida.
—Mi mami será una gran enfermera —dijo Tory con orgullo, y a Vicky se le llenaron los ojos de lágrimas. Pero el grato momento fue interrumpido por esa voz conocida que tanto detestaba.
—Falcone —escupió con tono desagradable Lizzie, y Vicky revoleó los ojos.
¿Cómo era posible que, habiendo tantas actividades en ese maldito resort, tuviera que encontrarse con esos dos allí?
Mientras ambas mujeres se retaban con la mirada, a lo lejos el hombre de sombrero de ala ancha se deleitaba con el pequeño espectáculo.
—Esto será más entretenido de lo que me imaginaba.