El sol brillaba alto cuando el yate finalmente se alejó del muelle, dejando atrás la costa blanca de la Riviera Maya. Vicky se había acomodado en su asiento junto a Tory, que seguía jugando con sus conchitas mientras les colocaban los chalecos salvavidas. El mar tenía ese azul intenso que casi cegaba de tan perfecto, y el aire salado mezclado con el protector solar creaba una atmósfera de veraneo que, por unos minutos, hacía olvidar tensiones y viejas heridas.
Pero no por mucho tiempo.
Sentado no muy lejos, a la sombra de un toldo discreto, un hombre de cabello entrecano y gafas oscuras observaba cada movimiento de las Falcone, se abanicaba con su sombrero y disimuladamente observaba. Sus ojos recorrían a Vicky con detenimiento, como si la estuviera estudiando. Y de hecho, así era. Tomaba nota mental de su lenguaje corporal, de cada gesto de la mujer y de la niña, de los lugares a los que se dirigían. Nadie en el barco sabía quién era, ni por qué parecía estar más interesado en ellas que en el paisaje paradisíaco. Y eso incluía a Vicky. Que estaba completamente ajena a él.
No obstante, ella se sentía extrañamente observada, aunque no pudiera decir por qué. Había aprendido a confiar en su intuición. Siempre había tenido ese cosquilleo en la nuca cuando algo no andaba bien. Disimuladamente, se giró para mirar hacia atrás, pero todo parecía en orden: parejas sacándose selfies, recién casados bebiendo champagne, turistas felices. Y sin embargo, había algo.
El viento le revolvió el cabello y le despejó la frente. Cerró los ojos un momento, como queriendo sellar ese presentimiento bajo el sol. Cuando los abrió, lo vio.
Peter.
Subió por las escaleras laterales del yate, solo, sin rastro de Lizzie. Lucía una camisa de lino blanca, abierta en el pecho, y un short de baño azul marino. Iba distraído, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Vicky, el tiempo pareció suspenderse. Fue apenas un segundo. Luego él miró a Tory, que reía con las esposas recién casadas, y esbozó una sonrisa nostálgica.
Vicky quiso girarse y mirar hacia otro lado, pero sus ojos se negaron. Había algo en él que la seguía atrayendo como si el tiempo no hubiera pasado. Como si aquella vez — esa antes de que él volviera con Lizzie— nunca hubiera terminado realmente.
—Parece que está solo —murmuró una de las chicas recién casadas, notando la presencia de Peter.
—Está casado —dijo Vicky, seca, más para recordárselo a sí misma que para responder.
Peter caminó por la cubierta hasta encontrar un espacio libre, a unos metros de ellas. Se quitó la camisa y se sentó de espaldas, mirando hacia el mar. Vicky tragó saliva. Lo había visto sin ropa antes. Lo había deseado con desesperación. Y también lo había odiado. Y enterrado en su memoria, o de eso quería autoconvencerse.
El recorrido hasta el arrecife duró apenas veinte minutos. Durante ese tiempo, Peter no dejó de lanzar miradas discretas hacia Vicky y Tory, especialmente hacia la pequeña. Era inevitable. Era un clon de su madre. ¿Era su forma de sonreír? ¿Su manera de morder el borde de la servilleta cuando se distraía? Lo había visto antes. Vicky.
—Ya llegamos —dijo el instructor, y todos comenzaron a moverse. Vicky ayudó a Tory a ponerse las gafas y las aletas.
Peter se acercó justo cuando ella estaba por lanzarse al agua.
—¿Necesitás ayuda con ella?
Vicky se tensó al escuchar su voz. Se dio vuelta, y sus rostros quedaron peligrosamente cerca.
—Estamos bien. Gracias.
—Estás… muy bien, Vicky.
Ella no respondió. Lo miró con dureza.
—Esto no es una cita. Es una excursión. Y te recuerdo que estás con tu esposa.
Soltó con molestia y Peter bajó la vista, derrotado.
—Perdón. No quise incomodarte.
—Demasiado tarde para eso, ¿no crees?
Sin darle tiempo a responder, tomó la mano de Tory y saltaron al agua. El contacto con el mar fue refrescante, pero no lo suficiente para apagar el fuego que le había encendido por dentro. Nadaron entre peces multicolores, siguiendo al grupo, y Vicky intentó concentrarse en la felicidad de su hija, pero cada tanto giraba la cabeza. Peter nadaba no muy lejos, como si no pudiera evitar estar cerca. Y Lizzie se le había acercado, de repente estaban discutiendo para variar, acaloradamente.
Mientras tanto, en la cubierta, el hombre de gafas oscuras y sombrero seguía observando. Tomó una foto con disimulo usando su reloj inteligente. Luego escribió algo en una pequeña libreta.
"Contacto confirmado. Ella no sospecha. El sujeto masculino muestra interés. Continuar vigilancia."
Guardó el cuaderno y se sirvió una bebida. Nadie le prestaba atención. Era un turista más. Un viejo más. Nadie sabía que no era ni lo uno ni lo otro.
Cuando todos volvieron a subir al yate, Vicky temblaba ligeramente, no por frío, sino por todo lo contenido. Peter se acercó otra vez cuando Tory fue al baño.
—Sigo pensando en ti, Vicky —. Murmuró en tono bajo.
—Peter, no empieces… está tu mujer a metros…
—Es que quiero explicarte, lo nuestro no terminó porque no me importabas. Fue por culpa de Lizzie. Me presionó, ella...
—No me interesa escuchar tus excusas, aparte nadie te apuntó con un arma en la cabeza para volver con ella —lo cortó la joven pelirroja, con los ojos brillosos. —Esa historia ya me la sé de memoria. Ya me la creí una vez. No va a pasar dos veces. Así que ni lo intentes.
Él tragó saliva. Estaba a punto de decir algo cuando Lizzie subió al yate, radiante, como si no sospechara nada. Pero él la vio de reojo. Sabía. Todo. Y su rostro de expresión tirante la delataba.
Lizzie miró directo hacia Vicky y esbozó una sonrisa venenosa.
—Vaya, ¡cuánto sol! ¿No es un día perfecto para estar todos juntos Peter? Nosotros, las Falcone, es más podríamos llamar al resto de tus amantes ¿No te parece?
Su voz fue como un dardo ponzoñoso. La tensión era palpable en el aire.
Vicky abrazó a su hija cuando volvió del baño, como si eso la anclara a algo más puro. Y en la cubierta, la mirada del hombre desconocido seguía fija en ellas.
Como si supiera que todo estaba por complicarse.