La cena

El restaurante de sushi del hotel estaba casi lleno, pero el murmullo de las conversaciones quedaba silenciado por la música suave que flotaba en el aire. Peter apenas había probado el sashimi cuando Lizzie, visiblemente molesta, dejó los palillos sobre el plato con un golpeteo seco.

—No puedo creer que estés tan callado. —La acusación quedó suspendida entre ambos—. ¿Algo que quieras decirme o seguirás con esa cara de funeral toda la noche?

Peter inspiró hondo. El cansancio se le marcaba en los ojos, pero más allá de eso, había algo más profundo que lo tenía inquieto. Desde el desayuno arrastraba esa sensación, como si algo se le hubiera removido por dentro. O alguien.

—No es nada —respondió, sin mirarla—. Solo estoy cansado.

—Claro. Seguro. —Lizzie rodó los ojos, se levantó y se colgó el bolso del hombro—. Me voy a la habitación. Esta cena fue un error. Como todo últimamente o quizá desde que nos casamos, directamente.

Peter no hizo nada por detenerla. Observó cómo se alejaba, cómo su silueta esbelta desaparecía por la puerta con el mismo dramatismo con el que había llegado. Solo entonces alzó la vista y la vio: Vicky Falcone, sentada a unas mesas de distancia, acompañada de su pequeña niña de cabello rojizo y ojos enormes. El corazón le dio un vuelco y su entrepierna volvió a despertar.

No podía ser.

La iluminación tenue del lugar resaltaba los reflejos dorados en el cabello de Vicky, y aunque su perfil era más maduro, más sereno, más adulto, seguía siendo ella. Inconfundible. La niña —Tory— jugaba con los palillos, tratando de atrapar un trozo de salmón. Entonces la pequeña levantó la vista y sus ojos se cruzaron con los de Peter.

—Mamá —susurró la niña indicando al hombre que las miraba con algo que la niña entendió como pena, y Vicky giró el rostro.

El mundo pareció congelarse por un instante. La mirada de ella se encontró con la de él, y todo el ruido de fondo desapareció. Peter se puso de pie casi sin pensar. Caminó hacia la mesa con pasos lentos, como si temiera que con un movimiento brusco ella desapareciera.

—Hola —dijo, con una voz que le salió más baja de lo que esperaba.

Vicky parpadeó, atónita. Tory los miró a ambos, confundida pero curiosa.

—Peter —dijo ella finalmente, sin moverse del asiento. La sorpresa en su rostro se mezclaba con una leve incomodidad.

—¿Te molesta si me uno a ustedes? —preguntó él, y miró a Tory—. Solo si no interrumpo.

La niña sonrió. Vicky dudó un momento, pero luego asintió con un leve gesto de cabeza.

—Claro, toma asiento.

Aunque quería decirle que no, no se atrevió. Aún él le provocaba “cosas” y ya estaban ahí ¿no?

Peter lo hizo, y el silencio se mantuvo unos segundos, tenso pero no hostil. Luego Tory rompió el hielo con una pregunta inocente sobre cuál era su sushi favorito, y pronto la conversación fluyó. Peter se encontró riendo, relajado, como hacía mucho no se sentía. Vicky también sonreía, aunque con cierta reserva en la mirada. Había algo contenido en su forma de hablar, como si midiera cada palabra.

Cuando la cena terminó, caminaron juntos hasta la habitación de Vicky. Tory correteaba delante, cansada pero aún animada. Peter abrió la puerta para ellas y esperó a que la niña entrara.

—Gracias por cenar con nosotras —dijo Vicky, quedándose con él afuera del cuarto—. Fue… inesperado.

—Me alegra haberte visto nuevamente, lo digo en serio, Vicky —respondió Peter, sin poder dejar de mirarla. Tenía ganas de decirle tantas cosas, de pedirle perdón, de explicarle, pero algo en la expresión de ella lo detuvo.

—Fue agradable —admitió Vicky, y luego bajó la mirada—. Pero no quiero confusiones. Ya una vez me ilusioné, Peter. Me hiciste pensar que podía ser diferente y después volviste con tu esposa. No voy a caer dos veces en lo mismo.

Él negó con la cabeza.

—No es como piensas…

—No importa —interrumpió ella, con suavidad—. De verdad, no importa. Fue lindo compartir esta cena. Pero ahora vuelve al lugar donde perteneces, con tu mujer.

Peter tragó saliva, sin saber qué decir. Vicky dio un paso atrás y le dedicó una sonrisa cortés, que dolía más que una bofetada.

—Buenas noches, Peter.

Y cerró la puerta en sus narices.

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