Ya con la dirección de la ubicación del hogar de Satoru, lo que encontraron en su lugar no fue la casa, el templo o el jardín, sino otro edificio bien resguardado en el centro de la ciudad llamado recinto de retiro de envejecientes. Pero todo era otra fachada.
El edificio tembló con la fuerza del allanamiento. Los gritos de pánico y las órdenes en japonés retumbaban por los pasillos de la torre de abogados. Konstantin avanzaba primero, vestido de negro táctico, con el rostro endurecido por la furia y la concentración.
—Ella debe estar aquí, sino debemos encontrar la ubicación real —dice Konstantin.
Alejandro iba a su lado, mientras Matías y Hugo flanqueaban las otras salidas junto a los hombres que habían traído desde Moscú. Todo el operativo había sido meticulosamente planeado: cortar las comunicaciones, intervenir las cámaras, usar máscaras de interferencia térmica. No dejarían rastro.
—¡Segundo piso despejado! —gritó Matías por el comunicador.
—Avanzamos al cuarto —respondió Konsta