El salón principal resplandecía como una joya cara: lámparas de cristal, mesas vestidas de blanco perla, risas cuidadas y copas de champán que tintineaban como música de fondo.Es domingo por la noche, él salón principal del hotel Ivanov, brilla bajo los candelabros de cristal, pero ninguna joya relucía tanto como el vestido de Kira Ivanov Valdivia que su abuelo le había regalado como regalo por su cumpleaños.El diseño, ceñido a su figura esculpida, estaba confeccionado con una delicada tela de seda negra que se fundía con millas de piedras de Swarovski, como si un cielo estrellado hubiera descendido a su piel. Su maquillaje de noche realzaba sus rasgos: labios rojos como la granada, pómulos elevados con un destello dorado, y unos ojos grises, enmarcados por un delineado preciso, que parecían perforar a quien se atreviera a sostenerle la mirada.Su cabello, recogido en una alta coleta que caía con la elegancia de una cascada oscura, hasta la cintura, dejaba al descubierto su cuello l
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