La furia aún quemaba en el pecho de Konstantin. Hacía más de una semana que Kira había desaparecido, raptada en medio del caos de una boda que terminó en masacre. Habían desmantelando más de la cuarta parte de todos los negocios japoneses.
El padre de Satoru muerto, disparos, cuerpos, sangre y luego… el vacío. Desde entonces, ni un solo rastro de ella. Ni una maldita pista. Hasta ahora. La policía corrupta hizo un aparato y solo publicó que fue un enfrentamiento entre bandas de la mafia, sin mencionar la boda, a Kira, a Satoru o a Konstantin.
Moscú, helada y bajo la vigilancia de una tormenta invernal, había servido como cuartel general para planear el contraataque. Konstantin no estaba solo. Lo acompañaban los tíos de Kira —Hugo y Matías— y Alejandro, el hijo del hombre que décadas atrás había comandado el lado más temido de la Bratva, el abuelo de Kira. Las conexiones que aún le quedaban en los bajos fondos les habían permitido movilizarse rápidamente. Era temido por muchos no solo