Se besaron con hambre, como si llevaran días sin tocarse, aunque en realidad nunca se saciaban del todo.
Las caricias fueron como fuego lento, arrastrando suspiros y risas contenidas, como si el deseo se tejiera con hilos de ternura.
Horas después, con el cuerpo aún tibio y el corazón latiendo fuerte, Kira se levantó de la cama sin decir nada. Caminó desnudo hasta el baño, deteniéndose en el umbral de la ducha.
Giró lentamente y, con una sonrisa peligrosa, le hizo una señal con el dedo.
—Vamos… —dijo con voz ronca—. Vamos a hacer más bebés ya que Kori está bien cuidado, Konstantin.
Él se incorporó de un salto, como un niño que le ofrece dulces.
—Dios mío, esta mujer me va a matar de amor —dijo mientras corría tras ella.
La ducha se llenó de vapor y el sonido del agua cayendo envolvía cada rincón. Kira se apoyó en la pared de azulejos, sintiendo la tibieza del mármol contra su piel, mientras las gotas le resbalaban por la espalda como caricias líquidas.
Konstantin se acercó por detrás,