12. Es ahora o nunca
Alexander caminaba con paso firme, sin decir palabra, guiando a Lilia lejos de miradas indiscretas. Bajaron por un pasillo secundario hasta llegar a una pequeña sala de juntas sin uso, con cortinas cerradas y privacidad suficiente.

Abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara primero.

Lilia entró en silencio, temblando apenas, y él cerró tras ellos.

—¿Estás bien? —preguntó con voz baja, distinta. No era el tono frío y autoritario del CEO. Era más cálido… más humano.

Ella lo miró por unos segundos, y luego asintió débilmente. Pero Alexander no le creyó.

La vio apretar los labios, con los ojos brillando por contener las lágrimas. Esa fortaleza que intentaba mantener se resquebrajaba ante sus ojos.

—No puedo más —murmuró Lilia.

Alexander se acercó despacio. Sintió una punzada en el pecho al verla así: rota, vulnerable, hermosa incluso en su fragilidad.

—No tienes que fingir más —dijo suavemente—. Vi lo que pasó. Lo escuché. Y te juro que no permitiré que ese cerdo vuelva a acercar
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