13. La calma después de la tormenta
El trayecto de regreso fue tranquilo, con una tensión suave entre ambos, distinta a la de la oficina. Era como si el silencio compartido comenzara a decir más que las palabras.
Alexander mantenía una mano en el volante y de vez en cuando lanzaba una mirada discreta hacia Lilia, quien parecía perdida en sus pensamientos, mirando por la ventanilla con expresión serena, pero agotada.
—¿Te llevo directo a casa? —preguntó él al acercarse a una intersección.
Lilia negó con la cabeza suavemente.
—En realidad… ¿podrías llevarme primero a casa de Andrés y María? Está a unas calles de donde vivo. Dejé a Luna con ellos.
—Claro —respondió sin dudar, girando hacia la dirección indicada.
Poco después, se detuvieron frente a un edificio modesto pero bien cuidado. Lilia bajó, y Alexander se quedó esperando en el auto mientras ella tocaba el timbre.
La puerta se abrió y Luna salió corriendo, con los brazos extendidos.
—¡Mami!
Lilia la alzó en brazos, la abrazó fuerte, y luego bajó la mirada cu