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Esta Familia Ya No Es Mía

Esta Familia Ya No Es MíaES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Limonada  Completo
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Resumen
Índice

Ese invierno, nuestra familia se fue a esquiar a Aspen, Colorado, en Estados Unidos. Era el lugar donde más acudía la nobleza de la manada y la gente con dinero. Pero, cuando la avalancha pegó de repente, papá cargó a Susana —la hija adoptiva que dormía profundamente, y salió corriendo. Mamá, aunque en pánico, no olvidó de llevarse al perrito callejero que la Susana había recogido. Regresaron esa misma noche a la Manada Sombra Lunar, y subieron más de diez fotos al Facebook de la Manada, celebrando que la familia había salido ilesa. Nadie se acordó de mí. Yo, la hija biológica, seguía enterrada bajo la nieve, esperando que alguien me rescatara. Después, cuando finalmente me encontraron, acepté sin pensarlo la oportunidad que me dio mi mentora de irme de la Manada a estudiar. Me fui a Ciudad Central a estudiar medicina y no volví a humillarme suplicándome para que me quisieran otra vez. Pero ellos empezaron a mostrarse cada vez más nerviosos: —Lucia, ¿por qué ahora no compites por el cariño de Susana?

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Capítulo 1

Capítulo 01

Ese invierno, nuestra familia se fue a esquiar a Aspen, Colorado, en Estados Unidos. Al sitio al que más acudía la nobleza de la manada y la gente con dinero.

Pero, cuando la avalancha pegó de repente, papá cargó a Susana —la hija adoptiva que dormía profundamente, y salió corriendo. Mamá, aunque en pánico, no olvidó llevarse al perrito callejero que Lucía había recogido.

Esa misma noche, regresaron a la Manada Sombra Lunar, y subieron más de diez fotos al Facebook de la Manada, celebrando que la familia había salido ilesa.

Nadie se acordó de mí.

Una semana después, cuando volví a la casa toda golpeada, estaban ahí los ancianos de la Manada Sombra Lunar y los parientes y amigos de la familia.

Celebraban con una fiesta que mis padres y Susana habían «sobrevivido al desastre».

Cuando mis papás me vieron, se les descompuso un poco la cara.

Cuando cayó la avalancha, pensaron en un montón de cosas, menos en mí, su hija biológica, que había quedado enterrada bajo la nieve helada.

A mamá se le pusieron los ojos rojos y de repente me abrazó:

—Hijita... la pasaste muy mal...

No pude evitar pensar que antes había soñado más de una vez con ese abrazo. Sin embargo, ahora, no pude evitar dar un paso atrás, marcando mi distancia, , con un tono seco:

—Gracias por preocuparte.

Se quedó helada, con los brazos todavía extendidos en el aire.

Los ojos ámbares de Susana me miraron de reojo, con pura malicia. Un rato después, se tapó la cara y empezó a lloriquear en voz baja:

—Papá... mamá... perdónenme, todo es mi culpa... si no se hubieran apurado tanto en salvarme, a mi hermana no le hubiera pasado nada... Hermana, pégame si quieres… no dejes que en un día feliz todos piensen mal y crean que papá y mamá te dejaron sola. La que falló fui yo…

Con esas palabras, logró que la culpa en el rostro de mi padre se trasformara coraje.

—No me digas volviste hoy a propósito. ¿¡Quieres que todos los parientes y amigos piensen que te tuvimos olvidada!? Tan joven y tan manipuladora, ni pareces hija mía.

Lo miré con los ojos muy abiertos, sin poder creer que ese hombre, a quien alguna vez había admirado, líder de la Manada Sombra Lunar, pudiera decir eso de mí, su propia hija.

Yo, que sobreviví como pude durante cinco días atrapada entre los escombros después de la avalancha. Sin agua y sin comida. Solo en compañía del frío que me calaba hasta los huesos, mientras sentía cómo la muerte se acercaba.

Mil veces intenté conectarme mentalmente con ellos, pero no obtuve ni la más mínima respuesta.

Y cuando usé el celular, que ya estaba por quedarse sin batería, para mandar un último mensaje al grupo de la Manada, para decirles dónde estaba, y dejarles mis últimas palabras, el aparato por fin tuvo señal, y vi más de dies publicaciones que habían compartido mis padres.

«La Diosa Luna nos cuida. Los tres de la familia estamos a salvo y sanos. Gracias a la guía de la Diosa Luna, hasta el perrito de nuestra hija está completamente ilesa.»

En la foto se los veía a los tres sentados junto a la chimenea, riendo, mientras Susana cargaba al perrito entre sus brazos.

Y yo, mientras tanto, estaba sepultada bajo la nieve, con las manos congeladas, cavando, centímetro a centímetro, con lo poco que me quedaba de fuerza.

Fue el instinto y las ganas de vivir lo que me impulsó a seguir hasta salir por mi cuenta.

Pero según mi padre, mi regreso solo era un «espectáculo» y una «provocación» .

En ese instante, perdí toda la voluntad de explicar algo. Me di la media vuelta y subí a mi habitación. A mis espaldas, oí el susurro medio burlón de Susana, como si hubiera ganado:

—Papi, ya no te enojes. Mi hermana siempre fue muy consentida, por eso es así. Solo necesita más tiempo para entender cómo ser una mejor persona.

Mi papá bufó con frialdad:

—Desde el principio no debí traerla de regreso. No se parece en nada a ti, que eres tan linda y comprensiva.

Me encerré en mi habitación, pero, al oír eso, no pude contener las lágrimas.

«En esta casa nunca hubo lugar para mí», pensé.

Pero ya debería estar acostumbrada, ¿no?

Me sequé las lágrimas, llamé a mi tutor, y, con voz firme, le dije:

—Sí, sí voy contigo la próxima semana a Ciudad Central. Quiero quedarme allá y concentrarme en estudiar medicina. No voy a volver.

A la mañana siguiente, mi madre abrió la puerta y entró, regañándome:

—Lucía, ayer te pasaste de caprichosa. Tu padre solo te llamó un poco la atención y tú te encerraste en tu cuarto. ¡Qué grosera! Nos hiciste quedar mal frente a todos.

Antes de terminar de hablar, vio la ropa que yo tenía sobre la cómoda, y se calló de golpe.

La noche anterior en la sala había poca luz y no se había fijado. Pero en ese momento entraba el sol, y por fin vio que mi blusa blanca estaba llena de sangre seca. Las manchas eran terribles.

Finalmente, entendió lo que me había sucedido en la avalancha.

Poco después, mi padre entró en la habitación, y, al ver aquello, sus labios temblaron levemente, al abrir la boca.

—Lucía... no tuve suficiente cuidado, no me fijé...

—Ya descansé. Quiero cambiarme de ropa, ¿pueden salir? —dije, sin mirarlos, con la vista fija en el techo, fría, sin emociones.

Nunca se habían fijado en mí.

Si Susana se golpeaba en un dedo, mis padres se daban cuenta de inmediato y se ponían tan nerviosos que por poco no la llevaban corriendo al hospital. Mientras que yo, con las piernas infectadas y supurándome una y otra vez, era ignorada por ellos, quienes pensaban que era «puro drama», que quería llamar la atención.

No es que fueran descuidados, simplemente yo no les importaba.

Quizás por el tono tan frío con el que hablé, por primera vez noté un leve pánico en sus rostros.

Sus ojos se desviaron hacia la mesa del comedor, donde antes yo ponía cada día un ramo de flores de Sombra Lunar, algo que siempre les había parecido «inútil».

—Hoy no has cambiado las flores Sombra Lunar, ¿qué te parece si más tarde te llevo a cortar unas nuevas?

—No hace falta.

Antes, claro que hubiera valorado mucho esa invitación, pero ahora…

… ya me da igual.

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