Capítulo 03
Mis padres, para compensarme, compraron en el mercado Luna Plateada una gran cantidad de cosas de valor: unos pendientes de piedra lunar, una daga con colmillo de plata, perfume de flores de Sombra Lunar... Todo esto se lo regalé a los pocos amigos que tenía en la Manada, como regalos de despedida porque ya me iba.

Al mismo tiempo, el video de cómo había sobrevivido a la avalancha se hizo viral como fuego en un campo seco, volviéndose tendencia número uno en la Manada.

Mis padres reconocieron enseguida que la del video era yo.

Esa noche, mi papá y mi mamá nos llevaron a la Susana y a mí al restaurante más exclusivo de la Manada Sombra Lunar: «Restaurante Luna Partida».

Mi papá levantó su copa, y bebió una tras otra como si fuera agua, sin dejar de repetir:

—Soy un mal padre... perdóname, Lucía, de verdad perdóname...

Por un momento casi les creí.

Pero después de varias copas, ya más relajados, por fin soltaron la verdadera razón de aquella cena.

Mi mamá empezó a tantear el terreno:

—Lucía, tu video se hizo viral en toda la Manada, ¿sabías que ahora todo el mundo te anda buscando? Y, bueno, tú sabes que Susana siempre ha soñado con ser actriz en Ciudad Central… así que pensamos ¿por qué no le das la oportunidad a ella? Al fin y al cabo, en ese video ni siquiera se te ve bien la cara. Con toda esta fama, Susana podría convertirse en una estrella reconocida por todos.

Al notar cómo mi expresión cambiaba de inmediato, mi madre se apresuró a decir:

—No estoy siendo injusta con ustedes. Solo pienso que... las oportunidades llegan para quien más las desea. Yo las amo a las dos por igual…

¿Igual?

Casi no pude evitar reír al oír aquello.

En esos años desde que me encontraron, cada decisión, cada preferencia, ¿alguna vez había sido justa?

De pronto, Susana se arrodilló, y, con los ojos llorosos, dijo:

—Hermana... yo sé que siempre me has odiado, pero de verdad necesito mucho esta oportunidad... Por favor, te lo ruego...

Me reí en su cara, y, en voz baja, dije:

—Está bien, si tanto quieres la oportunidad, tómala. Pero tienes que caminar por todo el salón en cuatro patas, como un perro. Si lo haces, es toda tuya.

—¡¡¡Tú!!!

A mi padre se le transformó el rostro, y, furioso, gritó:

—¡No tienes vergüenza! Lucía, ¡¿cómo se te ocurre humillar así a tu hermana?!

—¿Y qué si la humillé? ¿Por qué te molesta tanto? Cuando ella me dejó fuera de la casa, ella misma me lo pidió de esa forma. ¿Por qué nos siguen tratando diferente?

Mis padres se quedaron callados al mismo tiempo.

—En ese momento ustedes decían que la Susana era muy pequeña, que no entendía. Decían que yo era la de «carácter difícil», y me pedían que hiciera todo lo que ella quisiera. —Suspiré. Finalmente, podía sacar todo lo que había tragado durante años—. Papá, ese año que nos llevaste a la montaña, solo porque Susana se quejó de que no le prestabas atención, me dejaste abandonada. Me hiciste caminar sola desde lo más profundo del bosque hasta el campamento. ¡Yo también era una niña! ¿Cómo pudieron ser tan crueles? Si quieren que me muera, díganmelo sin rodeos. Al final, esta vida me la dieron ustedes, y ustedes también pueden arrebatármela cuando quieran.

»Mamá, cada vez que a Susana le iba mal en los exámenes de luna nueva, siempre encontrabas una manera de consolarla. Pero el día que yo obtuve el primer lugar, ni un «bien hecho» me dijiste. Ni siquiera fuiste a mi graduación… Y así tengo madre, ¿no? ¡Soy tu hija biológica! ¿Qué hice tan mal para que me trataran así?

Al final, ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Pensé que ya no podían herirme, pero, en ese momento, igual se me rompió el corazón en mil pedazos.

A mis padres, ahí frente de mí, como que algo les hizo clic.

Contuve las lágrimas y sonreí con amargura.

—Está bien, se salieron con la suya. Le cedo la oportunidad a Susana.

Mis padres levantaron la cabeza, ya listos para agradecerme, hasta que oyeron que, con voz completamente fría, añadía:

—Tómenlo como pago por haberme traído al mundo. De hoy en adelante, estamos a mano.

—¿Qué dijiste? —preguntó mi padre, dando un brinco.

No dudé ni un segundo, y respondí:

—Pues que, de ahora en adelante, ustedes no me deben nada, y yo tampoco a ustedes. Ya no son mis padres, y yo tampoco soy su hija.

A mi mamá la invadió el pánico.

—No... no... tú eres mi sangre, te llevé nueve meses en mi vientre, Lucía, ¿cómo puedes decir algo así?

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