Solo quiero que me escuches… por última vez.
Isabella salió del ascensor con paso elegante, llevaba un vestido sencillo color azul pero impecable, que abrazaba su figura con la discreción de la seda, mientras su cabello suelto ondeaba suavemente con la brisa que se colaba por la entrada.
Cada paso que daba estaba cargado de una calma que había logrado conquistar durante esa semana, aunque en lo profundo de su pecho palpitaba una nostalgia que la hacía sentir como si dejara un pedazo de sí misma atrás.
Gabriel la esperaba junto a la puerta giratoria, revisando unos últimos documentos con su habitual aire de control absoluto.
Su sola presencia bastaba para imponer respeto, con los hombros rectos, ceño concentrado, y la camisa blanca arremangada hasta los antebrazos, dejando al descubierto los tatuajes.
Era el hombre que había conquistado imperios y corazones, pero en ese instante, toda su atención estaba dirigida únicamente a ella, como si el mundo entero se redujera a su figura acercándose.
Era su último día en Málaga.
En pocas h