Los mejores días de su vida.
El aroma a café recién hecho y pan tostado se mezclaba con el suave rumor del mar que se colaba por los ventanales abiertos de la suite.
Isabella estaba sentada en la mesa, envuelta en una bata ligera de seda color marfil que parecía rozar su piel como un susurro. Sus piernas estaban cruzadas con elegancia y, mientras sostenía una taza entre las manos, sus ojos viajaban una y otra vez hacia la figura de Gabriel, como si necesitara grabar cada detalle en su memoria.
Él estaba frente a ella, impecable incluso en una simple camisa blanca arremangada hasta los antebrazos dejando a la vista sus tatuajes. Revisaba unos documentos que Sofía le había entregado sobre la situación financiera del West Palace, con el ceño ligeramente fruncido y esa expresión concentrada que lo hacía parecer invencible.
Aun así, para Isabella, incluso absorto en el trabajo, irradiaba control y fuerza, como si todo lo que tocara le perteneciera por derecho, como si el mundo mismo se doblegara a su voluntad.
Mientra