Adiós.

Gabriel no respondió.

Su silencio fue una invitación y un muro al mismo tiempo, un espacio donde Miranda sintió que el peso de su pasado la aplastaba y, a la vez, le ofrecía una última oportunidad de redención.

Su corazón latía con violencia mientras la angustia le revolvía el estómago.

Miranda tomó aire profundamente y, finalmente, se atrevió a mirarlo.

Sus ojos estaban enrojecidos y llenos de lágrimas que apenas podía contener y de un dolor acumulado durante años, como si cada palabra que estaba a punto de pronunciar le arrancara un pedazo de alma.

—Fui una cobarde, Gabriel —confesó de golpe, como si las palabras hubieran estado prisioneras y por fin lograran escapar, dejando un rastro de amargura—. Cuando te dejé… cuando me fui con Sebastián… no lo hice porque él me hiciera feliz. Lo hice porque tenía miedo. Hiciste planes conmigo, planes reales, una familia, un futuro juntos. Y yo… me asusté. Pensé que no estaba lista para algo tan grande, tan definitivo. Sebastián era más… sencil
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