No es lo que parece.

Sus palabras estallaron en la sala con un eco incómodo, y por un instante el ambiente se congeló.

Los presentes se miraron entre sí, boquiabiertos, como si no pudieran creer que tuviera la osadía de desafiar lo evidente.

Hubo un murmullo ahogado en la fila de los espectadores. Cloe se llevó las manos a la boca con un gesto instintivo, incapaz de contener la sorpresa; Emilio abrió los ojos con incredulidad, como si esperara que alguien confirmara que había escuchado bien; Gabriel negó lentamente con la cabeza, la expresión cargada de desdén ante semejante actuación, mientras el secretario parpadeaba varias veces, descolocado, sin saber si debía anotar lo sucedido o quedarse inmóvil frente a una declaración que había sacudido la sala como un rayo inesperado.

El asombro era tan exagerado que parecía recorrer a cada persona como una ola imparable de incredulidad.

Isabella no se movió, mantuvo la calma exterior, pero por dentro sintió con claridad que aquel grito no era más que el pataleo
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