Eres tendencia.
La ira de Sebastián Moretti no fue un estallido, fue un derrumbe en cámara lenta que avanzó en oleadas, como si cada objeto a su alrededor pagara el precio de su impotencia, como si todo a su paso fuera víctima de un huracán que no gritaba, pero lo arrasaba todo.
Primero el portazo seco y brutal, rebotó contra las paredes de mármol del penthouse como un cañonazo que anunciaba su derrota.
Luego, la copa arrojada con furia contra el suelo, en un estallido ámbar y los cristales saltando en mil esquirlas que se dispersaron como lluvia chispeante sobre la alfombra persa, dejando una mancha que ya no sabría si era vino o veneno.
Después, una silla fue lanzada con violencia, girando en el aire antes de caer con un golpe hueco que retumbó contra la isla de la cocina. Y al final, el reflejo que lo miraba desde el ventanal, alto, distorsionado, devolviéndole una versión marchita de sí mismo que se negaba a aceptar.
Era un extraño vestido de derrota, arrogancia rota y ojos huecos.
Sobre la mesa