Estaré en su vida más de lo que imagina.
El reloj marcaba las diez en punto cuando Isabella Moretti Deveraux cruzó por segunda vez el umbral de Lyon Group.
La determinación le latía en los talones, se reflejaba en la espalda erguida y en la precisión con la que cada tacón acariciaba el mármol del vestíbulo principal.
Su silueta, esculpida con la elegancia de quien conoce su valor, cortó el aire del lobby como un bisturí de autoridad. Vestía un conjunto de dos piezas azul medianoche, cuya tela brillaba con una sobriedad majestuosa bajo la luz cenital. Los botones dorados relucían como medallas silenciosas, y el contraste con su piel clara convertía su presencia en un cuadro de óleo viviente, imponente y sereno a la vez.
No necesitaba hablar para ser oída, su simple andar arrancaba respeto, mientras que sus ojos, esos ojos de mujer que ha resucitado de sus propias ruinas, hablaban por ella con una elocuencia que solo el sufrimiento logra transformar en poder.
Los empleados que se cruzaban