Doy por terminada la reunión.
Por un instante, el aire pareció estancarse, y Gabriel, sin apartar la mirada, sintió el peso de esa pregunta colarse bajo su piel, no por la duda, sino por lo que implicaba.
Aun así, no titubeó, mantuvo la compostura, aunque en su interior sabía que no solo estaba defendiendo una propuesta... sino a la mujer que la había redactado letra por letra.
—Le creo a los números. Y estos números no mienten —la seguridad con la que pronunció esas palabras bastó para imponer un nuevo silencio en la sala, uno que no venía de la prudencia, sino del reconocimiento implícito de que no había argumento inmediato que los contradijera.
Por dentro, sin embargo, Gabriel sentía una punzada distinta, sabía que no solo había apostado por una estrategia, sino también por una intuición difícil de explicar.
Había algo en Isabella Moretti que escapaba a las fórmulas tradicionales y, aunque no lo dijera en voz alta, una parte de él quería comprobar si su audacia era tan