La luz de la mañana entraba filtrada por las cortinas beige, dibujando líneas doradas sobre la piel. Julieta abrió los ojos primero y durante unos segundos se quedó quieta, acostumbrándose al brillo suave que inundaba la habitación. Kenji dormía boca arriba, el brazo derecho extendido sobre la almohada, el torso descubierto y el cabello revuelto sobre la frente.
Parecía de mármol, pero respiraba. A Julieta le gustaba ese momento: verlo sin armaduras, sin los ojos afilados del estratega, solo él y su respiración profunda.
Se giró de costado, apoyando la cabeza en la mano, y lo miró con calma, con ese gesto que tiene quien atesora algo imposible. Es sexy, es hermoso, es inteligente… y seguía ahí, su japonés sexy, su Yakuza.
Kenji abrió los ojos poco a poco y la encontró allí, mirándolo con esa intensidad que podía romper cualquier máscara. Al principio no dijo nada, solo la dejó admirarlo, como si él también necesitara ese instante para convencerse de que estaban vivos.
—¿Por qu