El ala privada de la fortaleza estaba envuelta en un silencio pesado. Solo se oía, la respiración pesada de Kenji. Él, aún con la adrenalina de la discusión en el cuerpo, caminaba como un animal enjaulado. Barak, apoyado contra el marco de la puerta, lo observaba con calma, entendiendo su frustración.
—Ven —Dijo al fin. —Necesitas enfriarte. —Kenji lo miró con ojos encendidos.
—No puedo. —Gruñó. —No cuando la mujer que amo y deseo proteger me oculta lo que sea que tenga para decir. —Lo miró a los ojos como pocas veces, demostrando el caos que llevaba dentro. —¿Cómo es posible que calle? —Negó. —No puedo calmarme.
—Sí puedes. —Barak se enderezó. —Una copa no mata a nadie. Vamos.
—¡Carajøs! —Kenji bufó, pero siguió a su amigo.
En el mini bar del piso inferior, las luces eran cálidas y bajas. Botellas alineadas en estantes, olor a madera y a alcohol. Barak sirvió dos vasos, empujó uno hacia Kenji y se quedó con el otro.
—No me malinterpretes. —Dijo, girando el vaso entre los dedos. —No