La suite estaba en penumbras. Afuera, la tormenta tropical había comenzado a descargar su furia contra las ventanas, y cada relámpago iluminaba la silueta de Kenji sentado en el sofá. Su figura parecía tallada en piedra, rígida, inamovible. Julieta lo observaba desde las sábanas, con la respiración contenida. Había aprendido que él, en esos momentos, luchaba con sus pensamientos como si fuesen demonios internos, batallas invisibles que nadie más podía pelear.
El silencio se hacía cada vez más insoportable, hasta que finalmente ella suspiró.
—Llevas dos horas sin moverte. —Kenji giró apenas el rostro hacia ella. En la penumbra, sus ojos brillaban con un destello acerado que ocultaba más de lo que revelaba.
—No puedo dormir. —Susurró llamándose tonto por creer que ella dormía.
—Lo sé. —Julieta se incorporó, envolviéndose con la sábana como si fuera un manto improvisado. Caminó descalza hasta sentarse sobre su regazo, sintiendo el frío del suelo contra los pies. —¿Piensas decirme