El amanecer bañaba la habitación con un resplandor dorado, como si el sol hubiera decidido bendecir aquel refugio secreto en el que se habían escondido del mundo. Julieta se desperezó entre las sábanas, con un bostezo suave, sintiendo la tibieza de la luz en la piel y el brazo de Kenji rodeando su cintura con la firmeza y posesividad de siempre.
—Buenos días, Yakuza gruñón. —Murmuró, girándose para mirarlo con una sonrisa. Había sido muy gruñón últimamente y por supuesto ella tenía que ponerle otro apelativo más.
Kenji entreabrió los ojos. Su expresión aún estaba medio adormilada, con ese gesto severo que no lo abandonaba ni en el sueño. Sin embargo, la intensidad de su mirada brillaba con la misma fuerza de siempre, como si nunca pudiera apagarse del todo.
—Deja de hablar tan temprano. —Rezongó, atrayéndola más hacia él, con un movimiento instintivo de posesión.
—No es temprano, ya es media mañana. —Julieta rió, rozando su nariz con la de él. —Y prometiste que hoy sí me llevarías a l