Serena no durmió esa noche. No podía dejar de mirar el dinero, no podía dejar de pensar en el reproche de Jared, tenía razón. Había contado los billetes más de una vez era mucho más de lo que Alfred le había quitdo, era mucho dinero, muchísismo. No encajaba con sus manos. Estaba convencida de que el dinero no aparecía así sin arrastrar algo detrás. Angelo D´Auguro no le había pedido nada. Y eso era, precisamente, lo inquietante, pero más inquietante era el hecho de que ella lo había aceptado sin pensarlo dos veces. Podía echarle la culpa a la desesperación pero ella no era así, no aceptaba caridad de nadie, odiaba deber favores. Odiaba la sensación de estar en deuda con alguien que no había elegido. Su madre siempre decía que nada es gratis, y Serena lo había aprendido demasiado temprano. A esas horas la culpa le pesaba más que el cansancio.
Al amanecer ya había tomado una decisión.
Il Difiore la recibió con la misma discreción elegante del día anterior. Serena caminó por el lobby c