La familia de Dana parece perfecta, pero ella los odia. Son personas de poder y dinero que esconden cosas muy oscuras y por eso planea irse, escapar de casa y no volver jamás. A no ser que un hombre como Killian la encuentre antes.
Leer más—Tráeme agua, inutil.
Resoplando me arrastro hasta la cocina para complacer a mi hermana, Jess, es lo mejor para no discutir. De todas formas cuando discutimos yo nunca tengo la razón para nadie salvo para mi misma. Nuestros padres me odian y siempre están de su lado. Para lo poco que me queda aquí prefiero pasar desapercibida.
Cojo un vaso del armario y lo lleno con agua del grifo reservándome los pensamientos de echarle sal, azucar o algo por el estilo para que le sepa la boca mal todo el día. Le llevo el agua y me encuentro en el salón con nuestros padres, serios, rectos, sin fingir que son perfectos aunque se lo crean. Me arrebata el vaso de las manos y casi moja el suelo, menos mal que no porque me hubiera tocado secarlo a mi.
—Tenemos una reunión en dos horas, van a venir unos socios. Ya sabéis lo que hacer.
Sí. Jess tiene que ponerse guapa para ver si consigue ligarse a alguno de esos "socios" y sacarles el máximo partido y yo tengo que encerrarme en mi habitación. Yo siempre sé lo que tengo que hacer, desde pequeña lo he sabido porque siempre he estado encerrada y no solo en mi habitación, sino en toda esta mansión de oro rota por dentro.
Mis padres son empresarios de prestigio y de dinero, tienen poder y no solo por las cosas legales a las que se dedican. Todos sabemos de sus trapicheos con las bandas de la ciudad, por eso hay tanta seguridad en la mansión, por eso me va a ser tan difícil escapar, pero no me importa, saldré de aquí. Sus socios no son "socios", son los jefes de las bandas con las que tienen tratos y sé lo mucho que les deben, por eso no me dejan irme pese a que tengo ya veintidós años. Soy la única que sabe de sus deudas, de sus extraciones y de la forma de estafar que han tenido, por eso tengo que encerrarme, aunque no sé si es por miedo a que me secuestren o a que abra la boca y consiga que los maten.
La reunión puede ser mi via fácil a escapar. La seguridad estará más pendiente de lo que pase dentro de la casa a lo que pase fuera, puede que un par de guardias se alejen de la puerta, y apagarán las luces para pasar desapercibidos.
Encerrada en mi habitación veo por la ventana como llegan los coches negros con los cristales tintados y todo está preparado para esto. Espero, cuando ha pasado una hora me cuelgo la mochila al hombro con la poca ropa que puedo llegar y todo el dinero en efectivo que tengo hundido en el doble fondo. También me guardo los papeles duplicados que imprimí de algunos trapicheos de mis padres, puede que me sirvan de salvavidas. No tengo ni idea de la vida por mi cuenta, pero saldré adelante, espero.
Sé que se reunen en la mesa gigante de la sala de reuniones del sótano, Jess también estará por ahí rondando y no hay empleados cuando esto sucede. Voy a hurtadillas por toda la casa, pegada a las paredes, en la oscuridad, escondiéndome por los setos del exterior hasta llegar a la gigante puerta de plata. Chirría un poco cuando la abro, casi me da algo, pero nadie se acerca a los minutos y salgo escabulléndome en dirección al bosque para llegar a la carretera atravesando. Tardo casi dos horas en llegar a la autopista, hundida en mi sudadera camino en dirección a dónde sé que hay una estación de servio. Estoy visulbrando las luces de señalización cuando unos coches pasan tan deprisa por la carretera que casi me vuelan.
¡Descerebrados!
Y entonces un deportivo negro frena a mi lado y me dan ganas de correr. Hasta que baja la ventanilla.
—¿Qué coño haces?
El corazón se me sube a la boca. Killian.
Killian es intimidante, da miedo, hace que me den escalofríos y es extremadamente atractivo. Es el jefe de una banda y lo llevo viendo un par de años rondar por la mansión haciendo tratos con mis padres, aunque debe de estar enfadado porque no le han devuelto el dinero prestado que les dejó, y no se lo devolverán porque se lo han gastado en un coche para Jess y unos viajes caros a los que, por supuesto, yo no estoy invitada. Nunca estouy incluida en sus planes familiares porque no me consideran una hija, una hermana, soy un estorbo. Dentro de lo peligroso de este mundo, Killian nunca ha sido malo conmigo, hemos intercambiado algunas conversaciones sutiles por los pasillos de la mansión, hemos caminado por los amplios pasillos sin que nadie nos viera hablando de cualquier cosa sin importancia y a estas alturas lo considero un medio conocido.
—Pasear, ¿ya se ha acabado la reunión de la mansión?
—¿Saben tus padres que estás caminando por aquí a estas horas?
Mis padres no saben nada de mi. Soy yo la que sabe cosas de ellos.
En silencio sigo caminando y me persigue con su deportivo, a los metros, él se responde a sí mismo:
—Sube al coche —me ordena con su voz mandatoria.
¿Subir y que me devuelva a la mansión? No, gracias.
Pienso que me lo he quitado de encima cuando acelera, pero solo lo hace unos metros, frena el coche y me paralizo cuando veo que está saliendo. ¿Qué hace? Su cuerpo alto, musculado y tatuado se impone en la madrugada de la noche y por primera vez desde que lo conozco me da algo de miedo. Su vestimenta negra acompaña su aura oscura y temeraria.
—¿Qué haces, Killian? —dudo y retrocedo un paso.
—Sube al coche, Dana —me repite, determinando mi nombre con determinación—. No hagas que te suba a la fuerza.
Se mueve la chaqueta de cuero negra y el destello de su arma casi me hace vomitar. Estoy paralizada. Si me devuelve a la mansión todos se van a enterar de lo quería hacer y no saldré nunca más. Ya apenas salgo, no tengo coche, no sé conducir, la ciudad está demasiado lejos y solo he ido un par de veces en mis veintidós años. Para el resto del mundo yo no existo.
—Espera espera —me apresuro a decir cuando se acerca—. Yo... Sé que mis padres te deben dinero, no te lo van a devolver pero tengo... conozco de unas cuentas que... —Me mira y cierro la boca—. Si no me devuelves a la mansión puedo ayudarte.
—¿Qué? —suelta. Parece tan sorprendido que él también deja de caminar hacia mi.
—Que puedo ayudarte si quieres tu dinero, sé cosas de mis padres... Pero no me devuelvas.
Cuando se le pasa un poco la sorpresa, señala de nuevo su coche.
—Sube.
—Killian...
—No te voy a llevar allí. No lo iba a hacer de todas formas.
Debería estar aterrada, pero estoy aliviada. El calor de su deportivo me envuelve y me siento diminuta con Killian a mi lado. Me mira una última vez antes de arrancar.
—No sabes dónde te has metido —me dice.
Me pone la piel de gallina.
—Puedes llevarme a la estación de autobuses, te daré los papeles cuando me dejes allí.
—No —me corta—. Nos vamos al club.
—¿Al de tu banda?
—Da gracias que soy yo, Dana, voy a ser demasiado bueno contigo. Ya puedes rezar porque tus padres me devuelvan el dinero más pronto que tarde.
Ay Dios. ¿Dónde me he metido?
Me hundo en el asiento apretada contra la puerta y el respaldo, Killian me da una miradita. Soy consciente de que esto podía pasar, hay poca gente que sabe que soy hija de esa familia y soy un objetivo fácil, no sé hacer muchas cosas, mucho menos defenderme. Sé que soy un objeto fácil de chantaje para mis padres, valgo mucho dinero y no por la persona que soy: su hija, sino por la información que sé.
—¿Les vas a pedir el dinero a cambio de mi? —dudo.
—Ese es el plan.
—No no no, espera, Killian. Te juro que lo que sé de ellos vale mucho más dinero que yo —Prácticamente le estoy suplicando por mi vida—. Te lo juro.
Está tan confuso que sacude la cabeza y sigue conduciendo en silencio. Una hora después el edificio de ladrillo de su club aparece en la carretera.
El club es un edificio cuadrado con lo suficiente como para que parezca una casa de fiestas e invitados. Tiene unas cuantas habitaciones que parecen de motel y hay un bar construido justo al lado que les pertenece. No muy lejos está su principal negocio "legal": el taller de coches. A ellos les pertenece este lado de la ciudad, lo he visto en las noticias.
Empuja la puerta del edificio de dos plantas y se da la bienvenida a un amplio salón con sofás, sillones, un televisor gigante y un par de mesas de juego. Jugando al billar hay tres chicos fumando y bebiendo, y otro par viendo un partido de fútbol frente al televisor plano. Está todo muy alborotado, un caos que jamás he escuchado.
—¡Presidente! —grita uno y levanta su cerveza—. ¿Y esa quién es?
Killian me mira, me agarra del brazo con fuerza moderada.
—Reunión en quince minutos, avisad a todos —ordena. Me arrastra escaleras arriba hasta una habitación al final del pasillo, la más alejada de las escaleras y casi me empuja dentro. Me quejo. —Te vas a quedar aquí hasta que sepa qué coño hacer contigo. Dame la mochila.
¡¿Qué?! ¿Mi mochila? La aferro con fuerza.
—¿Para qué?
—No quiero teléfonos. Dame la puta mochila, Dana.
—No tengo teléfono, no voy a llamar a nadie —digo.
Frunce el ceño. Sé que no me cree. Termina arrancándoma la mochila a mala gana y me deja encerrada en la habitación. Otra vez. Salgo de un sitio para entrar a otro.
DANACuando por fin nos asentamos y hemos cogido de nuevo el ritmo a las noches en vela y a tener un bebé en casa, Killian se atreve a organizar una reunión en el club para que todos conozcan a nuestra pequeña Alina.Sofía corretea con otros niños por ahí y arrastra de la mano a Josh que no puede seguirle el ritmo y se queda dormido en el regazo de Andrea durante la comida. Si corretea por ahí por lo menos llegará cansada a casa y dormirá del tirón. Y Killian necesitaba beber con sus amigos y quitarse de encima la carga de la paternidad durante un rato.—¿Está invitada? —me pregunta Andrea en un susurro y sigo la dirección a la que mira.Frunzo el ceño. No, no está invitada pero yo le dije a Levi que no tenía problema en verla por aquí. Es la primera vez que Jess está cerca de mi familia, nunca ha visto a mis hijas y ahora Sofía casi se choca con sus piernas. Son incapaces de reconocerse.—No me importa —digo. No lo hace, no pienso en Jess como mi hermana. Ya solo es una persona más,
DANAKillian lo intenta pero creo que es imposible. Todas las mañanas dejamos a Sofía en el colegio y me arrastra con él al club para no dejarme sola en casa con los ocho meses de embarazo. Muchas veces Andrea está conmigo pero hoy no es uno de esos días así que me paso horas sentada delante del escritorio de Killian leyendo papeles de la empresa.—Me aburro —canturreo—. Voy a subir a ver una película o a hablar con los chicos.Él me mira de reojo. Hay muchos chicos que han entrado nuevos al club, otros tantos se han retirado para formar sus familias o por mellas de las peleas. A mi ni se me ocurre discutir con Killian el echo de que puede dejar la banda y centrarse solo en la empresa; él lo dice: esto es su vida, le gusta y lo disfruta. Solo nos armaría una discusión si intento decirle que deje este mundo.—Que no se pasen de listos —me advierte.—A algunos les da miedo hablar conmigo por tu culpa.—Eres mi mujer, tienen que saber los límites.Le doy un beso y subo las escaleras. Me
DANALa llamada nos despierta. Killian se sienta en calzoncillos en la cama y creo ver como cruza los dedos. Yo lo sé en cuando veo el movimiento de sus músculos y como aprieta el puño en celebración, así que cuando cuelga el teléfono me echo sobre su espalda y me cuelgo de él como un mono.—Estás de cuatro semanas.—¡Qué bien! —exclamo.Me gira en su cuerpo y termino sentada en su regazo.Es domingo y parece que se le ha olvidado el lío que tiene fuera de casa. De echo no parece el jefe de ninguna banda ni un hombre que intimide. Está feliz dentro de casa y con nosotras.Mientras yo tomo el sol en una tumbona, él enseña a Sofía a nadar y se le sale el corazón por la boca cuando la ve correr por el borde. A mi también.—¡Sofía! —grito—. Que no corras por ahí, te puedes caer.—Hazle caso a tu madre —le reprende Killian.Se planta al borde y flexiona las rodillas.—¡Papá cógeme! —exclama y se tira. Su padre la coge al vuelo—. ¡Mamá ven al agua!Me levanto de la tumbona y me tiro de cabe
DANAUn par de años después, cuando Sofía ha cumplido cinco años y no deja de usar a Josh (hijo de dos años de Andrea y Ben) como un muñeco de trapo al que puede mangonear para jugar con sus muñecas, me entero.—¿Estás segura? ¿Al cien por cien?—Me siento igual que cuando me quedé embarazada la primera vez y el test dio positivo. ¿Se lo debería decir o voy primero al médico?Con el embarazo de Sofía fue todo muy diferente porque no tenía a Killian para mi durante los primeros meses. Ahora, si resulta que lo estoy, me gustaría que me acompañaría desde el inicio.Desde ahora, sobre todo porque lo hemos estado buscando desde hace... bueno, desde hace un mes o dos que volvimos a hablar de tener otro bebé.—Díselo. Últimamente está de lo más irritante con la banda y por el club, a ver si eso le pone de mejor humor.Ya lo sé, y a veces trae ese mal humor a casa y terminamos discutiendo. Sé que hay problemas ahí fuera, que han perdido dinero y otras cosas y que mi padre se ha enfrentado a é
DANAMe despierto esa mañana súper agotada pero enérgica. Las piernas todavía me tiemblan cuando camino entre la ropa tirada por el suelo buscando mis gafas (que casi las piso) y me pongo una de las camisetas de Killian para bajar a la cocina. Nuestra bebé de casi dos años sigue dormida en su cuarto y el olor a café me llega a mitad de las escaleras. Quiero tirarme encima de él cuando lo veo descamisado en la cocina, con todos esos músculos perfectamente entrenados y siendo tan... Killian. A veces me parece mentira que sea tan fácil querer a alguien tanto como yo lo quiero a él y como él me demuestra que me quiere a mi.Me enredo en su espalda envolviéndolo con mis brazos y aplastando la cara contra su espalda. El calor de su cuerpo me envuelve a mi y podría volver a quedarme dormida.—Iba a subirte el desayuno a la cama —dice con su voz ronca de por las mañanas. Levanta el brazo y deja que me cuele entre su cuerpo y la encimera—. ¿Estás bien?Sus labios me besan la frente y bajan le
KILLIANEs guapísima.Cada mañana me quedo admirándola durante un buen rato, está preciosa tumbada en nuestra cama. Duerme mucho, sé que está agotada de este último mes y se lo merece todo por aguantar a nuestra hija dentro. Veo como se revuelve, mi camiseta se le sube hasta descubrir sus bragas y se queja. Me acerco y le termino de subir la camiseta hasta por debajo de las tetas. Se nota como patea y no deja a su madre en paz. Deja de moverse cuando pongos mis manos sobre ella.—Gracias —musita Dana adormilada.Me encorvo sobre su cuerpo para besarla. Si por mi fuera la tendríamos ya con nosotros. Queda menos, queda una semana para que salga de cuentas y siempre la tengo por ahí descansando, sentada en el sofá, quejándose, intento como puedo hacerlo más ameno.Intenta ayudarme a hacer la cena pero gimotea al rato de estar de pie.—Me duele, Killian —lloriquea casi a punto de llorar. Es la primera vez que se porta tan débil.—¿Qué te duele?Me clava las uñas en el brazo cuando se incl
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