DANA
La llamada nos despierta. Killian se sienta en calzoncillos en la cama y creo ver como cruza los dedos. Yo lo sé en cuando veo el movimiento de sus músculos y como aprieta el puño en celebración, así que cuando cuelga el teléfono me echo sobre su espalda y me cuelgo de él como un mono.
—Estás de cuatro semanas.
—¡Qué bien! —exclamo.
Me gira en su cuerpo y termino sentada en su regazo.
Es domingo y parece que se le ha olvidado el lío que tiene fuera de casa. De echo no parece el jefe de ninguna banda ni un hombre que intimide. Está feliz dentro de casa y con nosotras.
Mientras yo tomo el sol en una tumbona, él enseña a Sofía a nadar y se le sale el corazón por la boca cuando la ve correr por el borde. A mi también.
—¡Sofía! —grito—. Que no corras por ahí, te puedes caer.
—Hazle caso a tu madre —le reprende Killian.
Se planta al borde y flexiona las rodillas.
—¡Papá cógeme! —exclama y se tira. Su padre la coge al vuelo—. ¡Mamá ven al agua!
Me levanto de la tumbona y me tiro de cabe