DANA
Me despierto esa mañana súper agotada pero enérgica. Las piernas todavía me tiemblan cuando camino entre la ropa tirada por el suelo buscando mis gafas (que casi las piso) y me pongo una de las camisetas de Killian para bajar a la cocina. Nuestra bebé de casi dos años sigue dormida en su cuarto y el olor a café me llega a mitad de las escaleras.
Quiero tirarme encima de él cuando lo veo descamisado en la cocina, con todos esos músculos perfectamente entrenados y siendo tan... Killian. A veces me parece mentira que sea tan fácil querer a alguien tanto como yo lo quiero a él y como él me demuestra que me quiere a mi.
Me enredo en su espalda envolviéndolo con mis brazos y aplastando la cara contra su espalda. El calor de su cuerpo me envuelve a mi y podría volver a quedarme dormida.
—Iba a subirte el desayuno a la cama —dice con su voz ronca de por las mañanas. Levanta el brazo y deja que me cuele entre su cuerpo y la encimera—. ¿Estás bien?
Sus labios me besan la frente y bajan le