Un día a la vez

Valeria

La puerta de la sala de terapia estaba entreabierta cuando entré, pero lo primero que noté no fue a Fernando, sino el silencio. Normalmente, cuando llegaba a sus sesiones, él ya estaba listo, con ese gesto de determinación que lo caracterizaba, aunque a veces acompañado de una pizca de frustración. Pero hoy, al verlo en la silla de ruedas junto a las barras paralelas, no tenía esa actitud desafiante.

Estaba distraído.

No tenía que preguntarle en qué estaba pensando. Yo también lo había sentido desde el momento en que crucé la puerta. El beso.

Respiré hondo y caminé hacia él con la mayor naturalidad posible.

—¿Listo para trabajar hoy? —pregunté con una sonrisa suave, intentando ocultar la tensión en mi pecho.

Fernando me miró como si apenas se diera cuenta de que yo estaba ahí. Parpadeó un par de veces y luego forzó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Sí… claro.

Pero lo conocía lo suficiente para saber que algo no estaba bien.

Lo ayudé a incorporarse, colocando mis manos en
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