Fernando
No sé cuántas veces miré el reloj esa noche. Los números verdes del despertador se burlaban de mí desde la mesita de noche: 11:47 PM, 12:23 AM, 1:15 AM. Cada vez que cerraba los ojos, mi mente se activaba como una máquina descompuesta, repasando cada detalle del día que se acercaba, cada posible escenario, cada cosa que podría salir mal.
Era tarde, demasiado tarde para estar despierto, pero el sueño me eludía por completo. El centro estaba sumido en un silencio profundo que se extendía por los pasillos como una manta pesada, y por primera vez en mucho tiempo, esa quietud que solía tranquilizarme se había vuelto inquietante. Era una noche sin ruido exterior, sin el tráfico lejano que normalmente arrullaba mis horas de insomnio, sin movimiento en las habitaciones contiguas... y, lo más difícil de todo, sin Valeria a mi lado.
La idea de no tenerla en la cama por una sola noche—la única que habíamos decidido pasar separados por tradición, costumbre, o esa superstición romántica q