Valeria
Había algo diferente en el aire desde que comenzó la construcción del centro. No solo en las paredes que crecían día a día, sino también en nosotros. En cómo hablábamos, cómo nos mirábamos, cómo respirábamos. Era como si algo se hubiese desbloqueado. Como si, por fin, estuviésemos permitiéndonos vivir la vida que tanto habíamos soñado.
Y no estábamos solos.
Durante esos meses, Fernando y yo habíamos empezado a construir algo más que planos y estructuras: habíamos empezado a construir comunidad. Amigos. Apoyos. Una red real de personas que no nos conocían desde la tragedia, sino desde la esperanza.
Martina, la arquitecta principal del centro, se convirtió en una de mis personas favoritas. Tenía un carácter fuerte y un humor ácido que me hacía reír en los días más agotadores. Me regaló un cuaderno con tapas de cuero, diciéndome: “Para que anotes todo lo que tu mente no quiera olvidar, y todo lo que tu corazón necesite soltar”. Desde entonces, escribía casi a diario.
Fernando tam