Nunca imaginé que caminar de la mano de un hombre pudiera sentirse como atravesar un portal hacia otra vida. Pero así fue.
Gabriele apareció minutos después de que me ayudaran con el vestido. Imponente, vestido con un esmoquin de corte impecable, con la camisa blanca perfectamente almidonada, el nudo de la corbata negra justo en su lugar y la mirada color miel, maravillosa e intensa. Pero no era la ropa lo que lo hacía intimidante. Era su porte. Su silencio. Su forma de observar, como si siempre supiera más que el resto.
Cuando me vio, se detuvo por un segundo. No dijo nada. Pero lo vi en sus ojos. Esa chispa que se encendió en su mirada me dijo todo lo que su boca no alcanzaba. Caminó hacia mí con pasos seguros, y sin decir palabra, tomó mi mano y me atrajo hacia él.
—Estás hermosa —susurró, apenas audible.
—Y tú... pareces sacado de otro tiempo —le respondí, con una sonrisa que no podía contener.
Él ofreció su brazo con un gesto ceremonioso.
—¿Lista?
—Sí —mentí un poco—. Al menos, c