Yo seguía escuchando el relato de Teresa, nunca me habría imaginado a Don Antonio de esa forma, me era difícil pensar que un hombre como él se podría comportar de esa forma. O simplemente yo no podía imaginarlo.
—Con el tiempo, la señora Amalia y yo nos hicimos amigas. Yo era una chiquilla, sí, pero ella me hablaba como a una igual. A veces me pedía que la peinara, otras veces solo quería que me sentara a su lado en el balcón y le leyera en voz alta. Siempre en voz bajita. Como si temiera que la casa la escuchara pensar.
—¿Y después quedó embarazada de Gabriele? —pregunté en voz baja.
Asintió.
—Sí. Fue un milagro… y una condena al mismo tiempo. Nadie esperaba que pudiera concebir, pero lo hizo. El embarazo fue complicado, muy riesgoso. Había días en que no podía ni moverse. Lloraba de miedo, temía que no llegara a término. Yo estaba con ella día y noche. Dormía en una colchoneta a su lado, por si me necesitaba en medio de la madrugada. A veces despertaba gritando… soñaba con que lo p