Me levanté como si nada. O al menos eso quise aparentar.
Sentí la mirada de Gabriele sobre mí desde el momento en que moví las sábanas. No dije una palabra. Me estiré como si hubiera dormido profundamente, como si el peso en el pecho no estuviera ahí, como si el recuerdo de lo que había escuchado la noche anterior no se repitiera como un eco sordo en mi cabeza.
Cuando llegó al cuarto, horas antes, me tocó suavemente el hombro, como si quisiera despertarme para hablar, para explicarse, quizás. Le dije que estaba bien. Que estaba cansada. Que quería dormir.
Mentí.
No quería hablar. Porque sabía que sería pelea segura, y no tenía fuerzas para eso. Porque no quería mostrarle lo que realmente me había afectado. Porque si empezábamos esa conversación, probablemente diría cosas de las que me arrepentiría. No por ser mentira, sino por ser demasiado ciertas. Y porque en el fondo, me dolía más de lo que yo misma quería admitir.
Entré al baño sin mirarlo. Cerré la puerta con suavidad, pero con d