No sé qué estaba haciendo exactamente. Tal vez intentando distraer mi mente, tal vez aferrarme a lo poco que me hacía sentir en control. Pero ahí estaba yo, en la cocina principal de la mansión De Luca, arremangada hasta los codos, con harina en las manos y un delantal que claramente no me pertenecía, tratando de preparar pasta casera como si fuera una experta… cuando apenas y podía recordarme respirando con normalidad desde aquel maldito día en su despacho.
Había pasado una semana desde aquel encuentro, desde que me enfrenté a Gabriele, desde que me atreví a decirle verdades que no había dicho en voz alta ni para mí misma. No nos habíamos cruzado desde entonces. Al menos no directamente. Y, honestamente, me gustaba así. Lo necesitaba así.
Pero claro, el destino siempre tiene otras ideas.
Estaba amasando, con más fuerza de la necesaria, murmurando maldiciones en voz baja, mientras la harina me cubría los dedos, cuando escuché pasos. Lentos. Seguros. Elegantes. De esos que no se confun