Entre sus Brazos. ES

PREFACIO

Nunca vemos lo que nuestro daño ha causado hasta que este se refleja en alguien que se vuelve lo más importante en nuestra vida.

Amona aprenderá que ser Alpha no lo arregla todo. Tendrá que pagar por todos sus errores, aunque estos le arrebaten lo que tanto ha estado buscando.

El amor llegará cuando menos se lo espere, pero este deberá superar los errores que él ha cometido, incluso si eso implica soltarla y permitir que se refugie en los brazos de otro.

Su vida nunca fue tan entretenida como cuando la encontró a ella, y jamás será igual si la pierde.

La guerra se aproxima, y él tendrá que decidir si su orgullo es más fuerte que lo que siente por ella.

La balanza se posiciona entre la guerra y el amor… ellos decidirán qué escogen.

Capítulo 1

¿Quién dijo que ser la mate del Alpha era algo bueno? No cuando, después de la humillación, los golpes y las torturas, te das cuenta de que estar rodeada de ellos es lo peor que a una loba no transformada le puede pasar.

Ella siempre soñó con el momento de la transformación, anhelaba el día en que por fin conocería a su lobo interior.

Pasaron los años… y este nunca llegó. Ella se lamentaba, y cada día se preguntaba qué hacía mal para que eso no ocurriera. Lo más difícil era soportar a los de su especie, ya que la discriminaban por su condición.

Las humillaciones eran a lo que más estaba acostumbrada. Los golpes, su pan de cada día. Todo por órdenes del Alpha, quien odiaba a los lobos débiles, y aquellos que no se transformaban eran para él un símbolo de debilidad.

Sus quince años pasaron, y cada día recibía por orden de él una cantidad de azotes que la dejaban al borde del desmayo. Eso la convirtió en un conejillo temeroso de todo el mundo.

Sus dieciséis primaveras llegaron, y como todos lo supusieron, su transformación no ocurrió. Desde ese momento, su sufrimiento aumentó. Por órdenes del Alpha, pasaría un mes en las mazmorras, con las peores torturas… sin llegar a matarla.

Los diecisiete y dieciocho transcurrieron igual. Al llegar a los diecinueve, ella no sabía cómo había logrado sobrevivir. Lo único que deseaba era morir, escapar de las humillaciones, los maltratos y la tortura. Incluso su familia la había abandonado, para no ser tratados como a ella.

Todo lo que vivía era por órdenes del Alpha, y lo sabía. Por eso creció con miedo hacia ese ser, sin siquiera conocerlo. Todo eso la volvió sumisa, callada, reservada. Soportaba cada maltrato sin una queja. Muchos en la manada se sorprendían de que aún siguiera con vida.

Nadie imaginó que en su cumpleaños veinte todo cambiaría. Que el ser al que más temía aparecería en su vida… para ponerla de pie. O bueno, para intentar reconstruir lo que queda de ella.

Él había buscado por mucho tiempo, y en su desesperación se volvió cruel, sanguinario, insensible… todo lo que un Alpha no debe ser. Pero en su dolor, nada más le importaba.

La mañana era un completo caos en la manada, y ella, en un rincón del sótano que una vez fue su casa, sabía la razón: hoy el Alpha daría un recorrido, luego de haberse ido por un año.

Todos estaban emocionados, algunos nerviosos. Pero ella no… ella estaba aterrada, porque sabía que si él la veía, su castigo sería peor por su estado: por no poder transformarse. Tal vez, al fin, le daría el golpe final.

Temblaba, con las rodillas pegadas al pecho y el rostro sucio y demacrado. Ya no quedaba nada de la chica feliz, risueña, cariñosa y amable que una vez fue. Ahora era como un cascarón vacío, sostenido por hilos invisibles que la obligaban a seguir viva.

¿Qué mal hizo en sus vidas pasadas para estar pagando todo con creces en esta?

—Sabes lo que pasa en este momento. Será suerte si el Alpha no te mata —soltó su hermano Diego con pesar.

Él era el único que la visitaba, curaba sus heridas y se quedaba con ella en las noches de insomnio. El único que la trataba como una más.

Como era costumbre, ella no respondió nada. Solo lo observó unos minutos y luego desvió la mirada hacia la pequeña ventana, que apenas dejaba entrar un poco de luz a la oscura habitación.

—Todos tenemos que estar presentes, y tú no serás la excepción —continuó él, con la voz llena de frustración. Sabía que ella podía morir ese día.

—Pequeña —dijo con voz dolida—. Sé que esto será difícil para ti… y yo no me lo perdonaría si algo más te pasara. Sé que has sufrido mucho y no tengo derecho a pedirte nada, pero… por favor, no provoques al Alpha —dijo tomando sus manos con cariño.

Y por primera vez en mucho tiempo, vio un destello en la mirada de su hermana. Fue tan fugaz que, de no conocerla tanto, no lo habría notado.

Mientras en la manada todos se ponían en guardia por la llegada del Alpha, una chica de mirada apagada y ojos vacíos se encontraba sola. Estaba delgada, ya no quedaba nada del cuerpo que alguna vez tuvo. La escasa ración de comida apenas le alcanzaba.

El Alpha se hizo presente, y todos quedaron en silencio. Se decía que se había ido para buscar a su compañera, pero no la había encontrado.

Todos hicieron una reverencia al verlo entrar. Las mujeres se alborotaron, lanzándole discretos coqueteos. Más de una soñaba con compartir la noche con él y, con suerte, convertirse en la nueva Luna de la manada.

Él caminaba con la mirada en alto, ignorándolos a todos, hasta que detuvo el paso al percibir un olor… dulce como la miel, amargo como el café. Su combinación perfecta.

Fue entonces que su lobo interior reaccionó.

—Mate —gruñó Dereck, el lobo, emocionado. Nunca antes, en todas sus vidas, habían podido encontrarla. Y ahora que la tenía, no la dejaría ir. Aunque tenía miedo… miedo de que el humano fuera lo suficientemente estúpido como para arruinarlo.

El Alpha se dejó guiar por el aroma de su compañera. Lo condujo a una cabaña alejada de todos. Era un refugio, un lugar que nadie conocía, donde su hermano curaba sus heridas.

Su hermano le había dicho estrictamente que no saliera, que esperara a que el Alpha se fuera para estar a salvo.

Lo que ninguno sabía era que el agudo sentido del olfato del Alpha la encontraría rápidamente.

El lobo del Alpha estaba exultante, casi saltaba de alegría con cada paso que lo acercaba a su destinada.

El Alpha, en cambio, estaba molesto. Todos debían recibirlo, ¿por qué su compañera no estaba entre ellos?

No tardó ni diez minutos en llegar a la cabaña. Era una estructura vieja, casi derruida, con el color desgastado y enredaderas cubriéndola. Sin duda, lo más desastroso que había visto. ¿Qué hacía su compañera ahí? Su lugar era en su casa, entre lujos.

Su lobo se agitaba con impaciencia al ver dónde estaba su destinada. Quería sacarla de ahí de inmediato, conocer a la dueña de ese hipnótico aroma.

Sin medir su fuerza, abrió la puerta.

No esperaba lo que vio.

Una joven, de espaldas, mirando por la ventana que daba al bosque. Estaba demacrada, con un vestido sucio y roto, el cabello desaliñado. Brazos llenos de cicatrices y heridas recientes en la espalda, que se adherían al vestido desgastado.

El Alpha se quedó de piedra al verla. Su destinada.

Ella no se había percatado de su presencia.

Cuando él dio un paso al frente, ella se giró, pensando que era su hermano… pero se congeló al ver a otro. Aunque no sabía quién era, su aura lo delataba.

Su mente y cuerpo actuaron por reflejo, y se arrodilló ante el extraño frente a ella.