Capítulo 4: El peso del pasado y un lazo inesperado
Amón.
Los días que mi alma ha sufrido quedarán en el pasado. Hoy seré yo quien borre los malos recuerdos que ha tenido, quien limpie cada cicatriz invisible que la desfiguró. Ella no recordará la oscuridad, solo la luz que le prometo.
—Y que han sido tu culpa —me recordó mi lobo, Dereck, con un gruñido bajo, una verdad que quemaba más que cualquier fuego. Su voz, una constante en mi mente, no me permitía escapar de mi propia responsabilidad.
Tiene razón. Soy el único culpable de lo que a ella le pasó. Yo... y mi odio a todo y a todos, una oscuridad que cultivé en mi soledad. Pero nadie debería juzgarme. Los años que viví sin mi alma, sin la conexión vital que me completara, me volvieron una bestia. Una bestia sin brújula, sin humanidad. Me alejé de todos, me encerré en mi propio dolor y eso me llevó a cometer muchos errores, decisiones crueles que hoy me persiguen como fantasmas. Mi vida no podía estar más complicada. Ahora, con Agnes aquí, siento el peso de cada una de esas equivocaciones.
Los errores me persiguen y arremeten contra mi felicidad, una que solo con ella podré alcanzar. Pero el precio aún no ha llegado… y temo que me cueste más de lo que estoy dispuesto a dar. La imagen de Britania, sus ojos llenos de rabia, su vientre abultado, se coló en mi mente como una mancha.
Flashback
Mi alma está rota por dentro y todo es mi culpa. Pero yo la ayudaré a olvidar todo lo vivido, le ofreceré un nuevo comienzo. Un futuro donde el miedo sea solo un recuerdo lejano. Me dirijo a la habitación donde ella está. Puedo sentir su aroma, uno que me vuelve loco… a mí y a mi lobo. Dulce y amargo, promesa y anhelo. Con un suspiro, abro la puerta con la mayor delicadeza que mi naturaleza permite y la veo sentada, con la vista en el balcón donde el sol se oculta, pintando el cielo con tonos anaranjados y violetas.
No se ha dado cuenta de que he entrado, está absorta en la vista, su silueta contra la luz tenue. No puedo estar más fascinado. La luz del atardecer ilumina su rostro, uno que ahora parece en paz… sin dolor ni angustia, solo asombro. Es la primera vez que la veo así, y la visión me golpea con una intensidad que me deja sin aliento. Mi lobo, Dereck, se revuelve, eufórico. "¡Mírala, Amón! ¡Nuestra Luna! ¡Qué hermosa es!"
Me acerco sin hacer ruido, mis pasos amortiguados por la alfombra persa, intentando no asustarla, pero a unos pasos de ella, su respiración se vuelve irregular. Sus hombros se tensan, su cuerpo se encoge. Se levanta de la cama con un movimiento brusco y queda delante de mí, temblando y con la cabeza gacha, su cabello oscuro cayendo como un velo, ocultando su rostro.
Después del paseo por el castillo, supe que no quería estar rodeada de personas. Si nos acercábamos a los guardias o al personal, temblaba y se escondía detrás de mí, como una sombra. Sé que todavía me teme, que la imagen del Alpha cruel sigue grabada en su mente, pero el lazo que nos une está haciendo su trabajo: le dice que conmigo estará a salvo, que mi protección es incondicional.
—¿Te gustó el recorrido, preciosa? —pregunté ya en la habitación, mi voz baja, tratando de no asustarla.
Ella solo asintió, un movimiento apenas perceptible de su cabeza, manteniendo la distancia. Suspiré resignado. No podía pedirle que confiara en mí tan rápido. No después de todo lo que le hice. Tendría que esforzarme más, mucho más, para borrar los años de dolor que yo mismo le causé.
Traté de acortar la distancia sin que se sintiera amenazada. Mis movimientos eran lentos, deliberados. Al ver que no se incomodaba, que no se alejaba, tomé una de sus manos. Su piel, suave y fría, se estremeció ligeramente bajo mi tacto. Saqué un collar de mi bolsa. Era en forma de media luna, con una piedra en el centro que se ilumina cuando es necesario. Una gema de luna, se decía que era un fragmento del propio satélite.
Sabía que ese regalo le daría valor. Su creadora fue una de las mujeres más fuertes que conocí, una antigua Luna que enfrentó la oscuridad sin vacilar, y su coraje está impregnado en esa piedra. Agnes miró el collar con el ceño ligeramente fruncido, una expresión de perplejidad y una pizca de curiosidad. Luego me miró a mí y volvió al collar, como si no supiera qué hacer con un objeto tan hermoso, tan lleno de significado. Sonreí al verla confundida.
—¿Quieres que te lo ponga, preciosa? —pregunté, mi voz un murmullo, buscando su consentimiento.
Ella dudó unos segundos, sus ojos aún inciertos, sus miedos presentes. Pero al final, con un asentimiento casi imperceptible, aceptó.
—Siempre que tengas miedo a la oscuridad, este brillará para que no tengas más miedo —dije mientras me acercaba, mi aliento suave en su nuca. —Para que recuerdes que la luz siempre llega, y que nunca más estarás sola.
El poco espacio entre nosotros desapareció. Me puse a sus espaldas y le coloqué el collar con ternura, mis dedos rozando su piel. Al terminar, me alejé para que se sintiera segura, para no invadir su espacio aún frágil.
Cuando me miró, sus ojos negros, profundos como un abismo, se encontraron con los míos. Y entonces, una tenue curva se formó en sus labios. Apenas un esbozo, pero inconfundible. Agnes sonrió.
Fue una sonrisa hermosa. Una revelación. Un destello de luz pura en la oscuridad que había sido su vida. Mi corazón, que había estado endurecido por años de soledad y amargura, se expandió con una calidez abrumadora. "¡La ha hecho sonreír, Dereck! ¡Nuestra Luna está volviendo a la vida!" El rugido silencioso de mi lobo fue de pura euforia, una celebración interna que sacudió mis cimientos. Era la primera vez que lo hacía, la primera vez que Agnes sonreía para mí, y fue lo mejor del mundo. Me perdí en su mirada, en esos ojos negros como la noche… pero un bostezo suave, casi inaudible, llamó mi atención. Debía estar cansada, agotada por el cambio y la carga emocional de todo lo vivido. Yo le daría su descanso, el reposo que tanto necesitaba.
—Bueno, preciosa, es hora de dormir —le dije, mi voz ahora llena de una dulzura protectora. Observé cómo ella, con un movimiento lento y lleno de cansancio, se acostaba en la cama, el suave tejido de las sábanas blancas envolviéndola. Cerró sus ojos, el collar brillando suavemente en su pecho, un pequeño faro en la oscuridad de la habitación.
—Descansa, hermosa. Yo velaré tu sueño —susurré, inclinándome para dejar un beso en su frente, un gesto de promesa silenciosa, aunque sabía que ella ya estaba dormida.
Una hora después, me fui a mi despacho. No iría a mi habitación… no si ahí estaba Britania. No quería que ella, con su veneno y su falsedad, arruinara la paz efímera que la sonrisa de Agnes me había traído. La idea de tenerla cerca me repugnaba, un recordatorio de mis errores.
Cuando llegué, no podía sacar de mi mente la sonrisa que ella me regaló. La atesoraría por siempre, un tesoro más valioso que todo el oro de mi manada, más precioso que cualquier victoria. Suspiré, dejando caer mi peso en la silla de cuero, el sonido suave al hundirme en el cojín. El camino para enamorar a mi alma apenas comenzaba. Los secretos, como Britania y el bebé, eran una bomba de tiempo, una amenaza constante, una espada de Damocles pendiendo sobre nosotros. No sabía qué haría cuando le dijera que tenía un hijo en camino. Sabía que todo se podía ir al carajo, que esa frágil confianza podría romperse en mil pedazos. Pero si no le decía… también sería un error, una mentira que corroería su lazo, que envenenaría cualquier posibilidad de un futuro juntos.
No quería pensar en eso ahora. Solo quería organizar la siguiente sorpresa para mi alma, una que sabía que le encantaría, algo que pudiera seguir arrancando más sonrisas. Había tantas cosas que quería saber de ella, de su pasado, de lo que le gustaba, de lo que la hacía feliz. De sus miedos, de sus sueños. Pero más que nada, deseaba escuchar su voz algún día. Quería que sus cuerdas vocales se desataran, que su melodía llenara el silencio que ahora la definía. Ese era mi más grande anhelo.
Fin del flashback
Suspiró, pensando en esa próxima sorpresa. Una que ningún Alpha de su linaje había ofrecido en años. Era algo íntimo, algo que solo compartiría con su Luna, un gesto de su alma. Estaba tan inmerso en el trabajo, los informes de la manada apilándose en su escritorio, el olor a papel y tinta llenando la estancia, que no notó que su segundo al mando estaba en la habitación.
—¿Ahora también eres un acosador, Dimitri? —preguntó Amón sin levantar la vista, su voz aún teñida de la melancolía que Agnes le había dejado, una suavidad inusual en su tono habitual.
—Eso sería alimentar tu ego, y no creo que sea buena idea —respondió Dimitri, con su habitual tono burlón, pero una sonrisa genuina en sus labios. Se acercó al escritorio, dejando una pila de documentos nuevos, el susurro del papel al contacto con la madera.
—Bueno… ¿qué te trae por aquí? No creo que sea solo para admirar mi presencia. O para robar mis galletas.
—Me enteré que Britania causó conflictos en una de las tiendas de ropa de la plaza —dijo, dejándome unos papeles en el escritorio. Al revisarlos, vio que eran facturas por daños considerables. Suspiró frustrado, su mandíbula se tensó. ¿Cómo diablos terminó con esa mujer? La irritación lo invadió, una ola de molestia que lo hizo apretar los dientes.
—Es que lo estúpido nadie te lo quita. Te metiste solito con esa arpía —se burló su lobo, Dereck, con una carcajada mental que resonó en su cráneo. La voz de Dereck era más juguetona desde que Agnes estaba en la mansión, un cambio que Amón aún no asimilaba del todo.
—Gracias —respondió con sarcasmo, y cortó la conexión con él, no queriendo más burlas ni recordatorios de sus errores. Desde que su alma estaba aquí, Dereck había estado más tranquilo de lo normal… cosa que incluso a él le sorprendía. El lobo, que había sido una fuente constante de furia y frustración en su soledad, ahora era un compañero más sereno, casi juguetón.
—Cuidado, humano estúpido, que puedo hacer que te arda el trasero y no será bonito —contestó Dereck, su voz resonando con una amenaza divertida, una promesa de travesuras.
—No tienes el valor, lobo inútil.
—¿Inútil yo? Recuerda que la última vez terminaste embarrado de m****a hasta el cuello por mi culpa —rió Dereck, la imagen de Amón cubierto de lodo y estiércol apareciendo vívidamente en su mente, una vergüenza que aún lo perseguía.
Estaba por responder cuando un carraspeo lo interrumpió. Dimitri lo observaba con una ceja arqueada, una sonrisa enigmática en sus labios.
—¿Y? ¿Qué harás con esa mujer loca? —preguntó Dimitri, su tono ahora serio, su mirada comprensiva, percibiendo la tensión en Amón.
Amón observó a Dimitri. No solo era su mano derecha, su Beta, era su hermano de sangre, su confidente más cercano. Podía confiar en él… pero no sabía si sería buena idea. La noticia podría desestabilizarlo, ponerlo dramático, hacerle cuestionar su juicio.
—Oye, sé que soy guapo, pero una foto te duraría más —bromeó Dimitri, haciendo un puchero exagerado, intentando aligerar el ambiente. Pero cuando vio que su rostro seguía serio, la risa se borró de sus labios, reemplazada por una expresión de preocupación.
—Sabes que puedes confiar en mí, hermano. ¿Qué pasa? Te noto… diferente. Hay un aroma nuevo en el aire. Dulce. Un aroma a… ¿manzana y canela?
—Encontré a mi mate —dijo Amón sin rodeos, su voz casi un susurro, pero cargada de una emoción que Dimitri no había escuchado en años, una mezcla de alivio y asombro.
Dimitri se quedó en silencio, boquiabierto, sus ojos azules se abrieron con incredulidad. Su mandíbula se desencajó. Y luego, se largó a reír como loco, una risa estruendosa que resonó por el despacho, una mezcla de incredulidad y alegría.
—¡Qué buena broma, Amón! ¡Por fin! Sabía que tu sentido del humor aún vivía… Pero, ¿en serio? ¿Después de todo este tiempo? ¿Y dónde estaba? ¿En una cueva escondida?
El gruñido de Amón lo calló de inmediato, un sonido bajo y peligroso que le indicó a Dimitri que esto no era una broma, sino una verdad innegable.
—No es una broma. Está en el ala oeste del casti... —Amón no terminó de hablar.
Dimitri, con una velocidad sorprendente para un lobo en forma humana, salió corriendo del despacho, una expresión de asombro y euforia en su rostro. —¡Mierda...! —masculló Amón, levantándose de golpe, temiendo lo que su impulsivo hermano podría hacer. Corrió detrás de él, rezando que no hiciera una estupidez, que no la asustara con su entusiasmo desbordado. El muy idiota lo hizo recorrer toda la casa, Dimitri guiado por el aroma de Agnes, su instinto de lobo.
Y cuando llegó a la habitación… no esperaba lo que vio. Su alma, su Agnes, estaba cómoda con Dimitri. Interactuaban con una facilidad que él nunca había experimentado con ella. Él hablaba, su voz animada, sus gestos expresivos, y ella respondía con la pantalla que Amón le había proporcionado para comunicarse mejor, sus dedos finos deslizándose por la superficie, las palabras apareciendo como un flujo constante.
Amón pasó una hora y media observándolos desde la puerta, invisible para ellos, como una sombra. Hablaban tranquilamente… y lo que más le impactó fue verla reír con Dimitri. No le temía. Reía. Una risa suave, casi inaudible, que Agnes ahogaba en su mano, como si aún se avergonzara de ella, pero que Amón sintió en lo más profundo de su ser, una melodía que sanaba su propia alma. Era una risa pura, libre, algo que él pensó que nunca volvería a escuchar de ella.
Sin duda… aquí había historia entre esos dos. Una conexión que Amón no había anticipado, y que, extrañamente, no le provocaba celos, sino una inmensa gratitud. Su hermano, el único que había podido arrancarle una risa a su Luna, el que la había ayudado a sanar antes que él mismo.
—¿Sabes lo que esto significa, Amón? —la voz de Dereck resonó en su mente, más suave, más reflexiva de lo habitual. —Si Dimitri es tan importante para ella… si ella confía en él… entonces nuestro lazo será aún más fuerte. Y será más fácil para ella aceptarnos.
Amón asintió mentalmente, una extraña sensación de esperanza floreciendo en su pecho. El camino sería largo, pero no estaría solo. Y Agnes, su Luna, no solo estaría con él, sino que estaría rodeada de personas que la querían, que la protegerían. Una manada que la sanaría, empezando por su propio hermano. El Alpha sonrió, una sonrisa que no era de orgullo, sino de alivio y una incipiente felicidad.