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Capítulo 2: El depredador que encontró a su mate rota.

Capítulo 2: El depredador que encontró a su mate rota.

La chica estaba temblando de miedo, y lágrimas silenciosas bajaban por su cara mientras se aferraba al borde de su desgastado vestido. Su intuición, esa voz interna que a lo largo de los años se había convertido en su única guía, le decía que, si hacía algún movimiento, si emitía un solo sonido, todo acabaría mal. Su mente, habituada a los castigos y al dolor, se preparaba para lo peor. A ella no le importaba su propio destino; si la mataban, al menos la agonía terminaría. Pero estaba su hermano, Owen, la única razón por la que seguía aferrada a la vida, quien fue el que la escondió allí para que el Alpha no la encontrara. Y ahora, con la llegada de aquel extraño y temible ser, estaba segura de que la matarían a ambos. El miedo por él era un peso más insoportable que su propia desesperación.

El Alpha se quedó de piedra al ver a su mate de rodillas en el suelo, llorando en silencio, un espectáculo que lo golpeó con la fuerza de un puñetazo. No sabía cómo moverse o qué hacer. Era claro que su mate estaba aterrada ante su presencia y no comprendía la razón de su temor. Su olfato, que jamás le había mentido, confirmaba su miedo auténtico, un aroma a terror puro que se mezclaba con la dulzura de su esencia. Gruñó, un sonido grave que le nació del pecho, ante la actitud sumisa de ella hacia su Alpha, hacia él. ¿Por qué se comportaba así? Respiró profundo, intentando calmar a Dereck, su lobo, que ya estaba enloquecido. Y entonces lo notó. En medio del olor a miedo, percibió su aroma a humana... y lo entendió. Ella no se había transformado. Era completamente y únicamente humana.

Su lobo Dereck rugió con una furia cegadora. "¡Humana! ¿Cómo? ¡¿Qué le han hecho?! ¡La mataré a todos, a cada uno de ellos!" El Alpha Amón sintió la rabia de Dereck resonar en su mente, un dolor agudo de impotencia y auto-reproche. Su lobo gruñó al comprender que el humano era el culpable de lo que le había pasado a su mate. Según sus propias leyes, según sus propias palabras, si alguien no se transformaba, era débil, y la manada tenía libertad de hacer con esa persona lo que quisiera. Él había dictado esa ley. Él era el responsable. La bilis le subió por la garganta.

—¡Haz algo, maldita sea! ¡Nuestra mate está sufriendo! ¡No la dejes ahí! —gruñó furioso su lobo, rasgando las paredes mentales de Amón, atormentándolo con la imagen de su mate, rota y humillada.

Él iba a hablar, a pronunciar las primeras palabras de consuelo, de orden, de disculpa, cuando otra presencia se sintió en la cabaña. Un desesperado Owen, con la respiración entrecortada y el rostro bañado en sudor, entró y quedó paralizado ante la escena frente a él. La chica, al sentir la presencia de otra persona, levantó la cabeza y vio a su hermano de pie en la puerta. Sus ojos, antes vacíos, mostraron un brillo fugaz de alivio. De forma automática corrió a sus brazos, buscando protección. Él la recibió con gusto, la envolvió con la desesperación de quien protege un tesoro; sabía que si el Alpha estaba allí, no era nada bueno.

—¡Quita las manos de mi mate! —gruñó el Alpha, su voz combinada con la de su lobo, Dereck, un sonido que vibraba con una furia primal, un rugido que estremeció la pequeña cabaña. Eso aterrorizó aún más a la chica, que se encogió contra Owen, y puso a la defensiva a Owen y a Daniel, su lobo, que al ver a la chica en ese estado de terror, se llenó de rabia protectora, dispuesto a enfrentar al mismo Alpha si era necesario.

Owen rápidamente se arrodilló con la cabeza baja, en señal de sumisión, su cuerpo tenso, protegiendo a su hermana con su propio cuerpo. Su voz era un ruego, un susurro desesperado que apenas rompió el tenso silencio: —Alpha, le suplico que deje a mi hermana. Ella no ha hecho nada. Ella es… es mi responsabilidad. Cualquier castigo que desee imponerle, yo lo aceptaré por ella, pero le ruego que le perdone la vida. Ella no merece más sufrimiento.

Agnes, al oír que aquel hombre imponente era el Alpha, la fuente de todo su dolor, se puso mucho más nerviosa, su cuerpo temblaba sin control. Su miedo creció aún más, ya que él era quien daba las órdenes de todos sus castigos, el arquitecto de su miseria. Se aferró a Owen con fuerza, como si él pudiera protegerla de la inminente sentencia. Cuando el Alpha olió el miedo en su alma, la verdad lo golpeó con la fuerza de un rayo. Se sintió muy mal. Tanto él como su lobo no sabían qué hacer con la avalancha de culpa que los invadía. Estaba claro que ella había sufrido por sus órdenes, por su propia crueldad. Su visión se nubló momentáneamente por el remordimiento.

—Levántate y ve con mi mate al vehículo. Serán llevados a la mansión —habló Amón, ya más calmado, la voz aún grave, pero sin la furia desmedida de su lobo. Reconoció a Owen como el hermano protector de su mate, un acto de lealtad que lo sorprendió y, de alguna manera, le infundió respeto. Su instinto le dijo que Owen no era un enemigo.

Se fue de la cabaña sin dejar que Owen respondiera. Su corazón estaba herido. Las condiciones en que la encontró eran deplorables. Cada vez que la recordaba, algo dentro de él dolía, un dolor punzante de arrepentimiento que lo carcomía. Solo podía imaginar todo lo que ella había sufrido, y aunque quisiera vengarla, no podría, ya que el autor intelectual era él. Solo él. La culpa, un peso aplastante, se asentó en su alma. Dereck se lamentaba en su mente, la imagen de Agnes demacrada persiguiéndolos sin descanso. "¿Cómo pudimos permitir esto? ¡Es nuestra Luna! ¡Y la hemos roto!"

—Hermana, todo estará bien —trataba de consolarla Owen, sus brazos firmes alrededor de ella, mientras la guiaba fuera de la cabaña, con pasos cautelosos—. Él… él no te hará daño ahora. Eres su mate.

Pero ella no podía dejar de temblar. Las palabras de Owen resonaban huecas en su mente, eclipsadas por el terror. Ahora que sabía que era la mate del Alpha, el hombre que la había torturado, no sabía qué destino tendrían su hermano y ella. ¿Sería esto una tortura aún más refinada? ¿Una humillación pública? Su mente, agotada por años de maltrato, apenas podía procesar la nueva realidad.

Owen la abrazaba para darle calor, ya que al no transformarse, Agnes no tenía las ventajas de un lobo. Su cuerpo humano era frágil, vulnerable al frío y al miedo. El aire de la noche la calaba hasta los huesos, y el aroma a pinos se mezclaba con el hedor de su propia angustia. El camino hacia la mansión se hizo en un silencio cargado, solo roto por la respiración agitada de Agnes y los murmullos de consuelo de Owen.

Había pasado media hora cuando llegaron al vehículo, un lujoso todoterreno que contrastaba brutalmente con la miseria de la cabaña. El coche, ya con instrucciones claras de Amón, los llevó a la casa del Alpha. Owen no sabía por qué confiaba en el Alpha. Antes, el temor más grande era que encontrara a su hermana; si sabía que ella no podía transformarse, la mataría. Pero ahora que sabía que Agnes era su mate, su instinto le decía que él la protegería. Que ese mismo Alpha que había ordenado su castigo, sería ahora su guardián. La paradoja era cruel, pero una extraña esperanza nacía en su pecho.

De un momento a otro, el vehículo se detuvo. Ambos hermanos alzaron la mirada y vieron la entrada de lo que hoy sería su nuevo hogar. La mansión se alzaba imponente, sus luces brillando en la oscuridad de la noche, una fortaleza de lujo y poder. Para Agnes, era una prisión dorada, un lugar que prometía aún más tormento.

—El Alpha dejó ordenado que ella sea llevada a su habitación, donde será atendida por las mucamas. Igual que usted —habló el señor que los traía, un hombre de edad avanzada con el rostro curtido por los años de servicio, su voz suave y respetuosa.

Owen solo asintió con la cabeza, su mente ya procesando la situación. Cuando estaba por caminar con su hermana, la puerta de la mansión se abrió, saliendo de ella una mujer muy elegante, con mirada arrogante y postura de superioridad. Britania. Sus ojos se clavaron en Agnes, recorriendo su figura demacrada, su vestido andrajoso. Al ver a la chica, hizo una mueca de desagrado por su forma de vestir, una expresión de puro desprecio. Junto a ella, venía un grupo de sirvientas que serían quienes ayudarían a la chica.

—¿Qué se supone que hace esta andrajosa en mi casa? —preguntó Britania con asco en la voz, sin disimular su mueca, su tono gélido, como el filo de una daga. Algo que pasó desapercibido para la chica, quien observaba todo a su alrededor, demasiado abrumada por la situación. Pero para su hermano no fue así, y estaba dispuesto a poner a esa mujer en su lugar, a defender la poca dignidad que le quedaba a Agnes. Sin embargo, Agnes, con una mano temblorosa, lo detuvo, un gesto de resignación que Owen entendió. No valía la pena una nueva confrontación.

—No importa. Aquí no damos limosna, así que se pueden ir por donde vinieron. No conseguirán nada —demandó Britania con soberbia, su voz resonando en el hall de la mansión, como si fuera la dueña y señora.

Pero ella vio que nadie hacía nada. Los hermanos no se movían, y los guardias no sabían qué hacer, ya que tenían órdenes directas del Alpha. Sabían que si no las cumplían, sus cabezas rodarían, y si desobedecían a esa mujer, ella les haría la vida imposible, a pesar de que su poder era meramente protocolario.

—Lo siento, señora, pero el Alpha ha dado órdenes de que ellos serán colocados en una de las habitaciones del castillo —dijo el hombre que los traía, su voz firme, aunque respetuosa con Britania. Y sin dejar que ella hablara, sin darle tiempo a replicar, se retiró, sabiendo que ella pondría el grito en el cielo, que la furia de Britania explotaría en su ausencia.

Las mucamas llevaron a la chica a su habitación. Ella ni se dio cuenta de cuándo la separaron de su hermano, pues estaba maravillada con el pasillo por donde la conducían, sus ojos se abrían con asombro ante los tapices, las pinturas, las lámparas de cristal. Los lujos, que en otro contexto habrían sido envidiables, ahora solo la abrumaban con su opulencia.

Ella se dejó hacer todo lo que las mucamas quisieron, como un muñeco sin voluntad propia, ya que no quería ser castigada por desobedecer. La bañaron, vistieron, peinaron y curaron sus heridas: tanto las de la espalda —unas que las mucamas observaron con asombro por su gravedad, murmurando entre ellas sobre la crueldad— como los moretones de brazos, piernas y rostro. Le aplicaron cremas hidratantes por todo el cuerpo, un bálsamo que le adormeció el dolor, tanto físico como emocional. El agua tibia sobre su piel sucia se sintió como un milagro, un alivio que no recordaba haber experimentado jamás.

Ella nunca se había sentido tan bien en toda su vida. Estaba confundida: si el Alpha era quien daba la orden de castigarla, ¿por qué hoy la trataba tan bien y la dejaba estar en una habitación que gritaba lujo por todos lados, con muebles de terciopelo, cortinas pesadas y una cama que parecía una nube? Era una contradicción que su mente no podía resolver.

Las mucamas se fueron ya cuando la dejaron vestida con un vestido ceñido en la cintura, suelto en las piernas, con escote en forma de corazón sin ser vulgar. Le llegaba hasta la rodilla. De arriba se unía en el cuello como un lazo, dejando su espalda al descubierto. El cabello, suelto, negro y brillante, caía como una cascada sobre sus hombros, ya que no permitió que le hicieran nada más, aferrándose a ese pequeño acto de autonomía.

Ella estaba sentada en la cama, suave y mullida, como nunca antes había sentido, ya que le habían dicho que el Alpha la mandaría a llamar. Muy obediente, esperaba en la habitación, aún con la curiosidad latente en ella, mezclada con el terror a lo desconocido. ¿Qué querría de ella? ¿Sería este el inicio de un nuevo tipo de tormento?

—¡¿QUÉ ES LO QUE TE PASA?! ¿¡POR QUÉ ESA MUJER ESTÁ AQUÍ?! —chilló Britania, su voz aguda y estridente, resonando por todo el hall de la mansión. Su rostro estaba contorsionado por la furia, sus ojos, llamas verdes de celos y resentimiento.

El Alpha Amón acababa de llegar a su casa y fue recibido por los gritos de ella. Se pasó la mano por el rostro, frustrado. No quería discutir, solo deseaba estar con su mate y resguardarse en su aroma, en la paz que solo ella podía ofrecerle. Pero tendría que arreglar otro de sus errores y malas decisiones, otro cabo suelto de su pasado.

—Ojalá que esto no nos haga perder a nuestra mate —habló su lobo, Dereck, con un gruñido bajo, la preocupación palpable en su voz interna. La situación con Britania era una espina en su costado, una amenaza constante.

Porque sí: las malas decisiones que había tomado lo habían alcanzado, y una de ellas fue haberse acostado con Britania, hija de un Alpha del norte. No era una región tan importante, pero su ayuda podía ser valiosa, aunque realmente no la necesitaba; su manada era una de las más poderosas, forjada en la sangre y la fuerza. El arrepentimiento era un sabor amargo en su boca.

—Ella es mi mate y se quedará aquí —frío y sin anestesia. Así lo dijo él, su voz como hielo, cortante y definitiva. Britania se quedó helada por unos momentos, procesando lo que su compañero había dicho, el shock evidente en su rostro. La noticia la golpeó como un rayo.

—¿Y qué pasará? ¿Dejarás a tu hijo por ella? —preguntó Britania, mientras rompía en llanto, un lamento lastimero que, en vez de provocar algún instinto protector en Amón, solo causó un profundo arrepentimiento por sus malas decisiones. Sus lágrimas, Amón sabía, eran tan falsas como su amor.

—Claro que no —contestó el Alpha, su voz dura, sin vacilación—. Pero ya no podrás quedarte aquí. Esta casa es de mi mate, la Luna de esta manada… y tú ya no tienes lugar en ella.

No terminó de hablar, ya que Britania soltó un chillido de enojo, un grito de frustración y rabia que hizo eco en las paredes de mármol. Porque sí, ella no se acostó con el Alpha solo porque sí. En sus planes estaba ser la Luna de la manada, y eso jamás lo perdería. Había invertido demasiado tiempo y esfuerzo en ello.

—¿Cómo puedes ser así después de que yo dejé todo por ti y por nuestro hijo? —cada palabra era acompañada de un mar de lágrimas (falsas, obviamente, pero muy bien actuadas, dignas de una actriz de teatro)—. ¡No puedes echarme! Eres lo único que tengo, y sabes que si me voy, los demás no me van a respetar. Mi manada… mi padre… Pensarán que no valgo nada. Además, piensa en tu hijo: debe estar cerca de su padre, si no, podría perderlo… ¿Qué clase de Alpha eres si abandonas a tu propia sangre?

Y claro, ella sabía que a pesar de todo, un Alpha vela por todos, en especial por su propia sangre. Eso lo usaría a su favor, su arma más potente. La ley de los lobos era clara: un hijo del Alpha tenía derechos, y Amón estaba atado por ellos.

—¡Estoy marcada por ti! —gritó Britania, alzando su brazo para mostrar una pequeña marca, casi imperceptible, en su muñeca, un falso símbolo de un lazo. Amón la miró con desdén. Él sabía que esa marca no era de un lazo verdadero, sino un hechizo, una brujería barata para manipularlo. —¡Según las leyes, tendrás que rechazarla ahora que tienes compañera… y un hijo en camino, Amón! ¡No puedes tenerme a mí y a ella! La manada nunca lo aceptará.

Amón se mantuvo firme. A pesar de la manipulación, su decisión de que Agnes era la Luna era inquebrantable. Aunque la situación era un desastre, él la manejaría, no sin dolor y dificultad. La ley podía ser clara, pero su corazón y su lobo ya habían elegido.

—Las leyes serán interpretadas como yo quiera —declaró Amón, su voz, aunque grave, era como el acero, inamovible—. La marca en tu muñeca es un engaño, Britania, y lo sabes. El Alpha de esta manada soy yo, y yo dictaré quién es mi Luna. Y esa Luna es ella. Tu hijo… tendrá lo que le corresponde, pero esta casa y mi vida son para mi mate.

Britania, al ver la determinación en sus ojos, supo que su manipulación no funcionaría. Su rostro se desfiguró por la rabia.

—¡Me vengaré! —gritó, su voz un eco de furia impotente—. ¡Me las pagarás por esto, Amón! ¡Tú y esa… esa escoria que acabas de traer!

—Inténtalo, Britania —respondió Amón con una frialdad que la heló hasta los huesos—. Y te aseguro que el castigo será peor que cualquier cosa que hayas podido imaginar. Ahora vete. Mi Beta te asignará una habitación en las afueras de la mansión. Tendrás todo lo que necesites para tu embarazo, pero no te acercarás a mi mate.

Britania, sin más que decir, giró sobre sus talones, sus tacones resonando con rabia contra el suelo de mármol. Amón la observó irse, su rostro una máscara de furia contenida. Su mente, una vez más, se fue a Agnes. Pensó en sus errores, en el dolor que le había causado a Agnes y en la complejidad de su situación (la ley, Britania, el hijo que venía en camino). La conexión con su lobo era palpable, y cómo la cercanía de Agnes lo tranquilizaba, aunque fuera solo en sus pensamientos. Planificó el futuro, no solo para protegerla, sino para conquistar su corazón, a pesar de los secretos y los obstáculos que él mismo había creado.

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