Capítulo 8: Los susurros del destino y la ira de la despechada
El collar de luna seguía siendo el único objeto que le ofrecía consuelo genuino. Cada noche, antes de cerrar los ojos, Agnes lo tomaba entre sus dedos, sintiendo la gema fría contra su piel, un ancla en la tormenta de sus pensamientos. Los días se habían convertido en semanas en la mansión del Alpha, y la opulencia que la rodeaba todavía le parecía un sueño ajeno. Había pasado de la oscuridad más profunda a una jaula dorada, pero una jaula al fin y al cabo, custodiada por el mismo hombre que había sido el arquitecto de su miseria y que ahora la protegía con una devoción desconcertante.
Las pesadillas, sin embargo, se habían vuelto más frecuentes, más vívidas. Ya no eran los ecos de su pasado, los gritos de sus torturadores o el frío penetrante del sótano. Ahora, eran visiones. Confusas al principio, fragmentos de luz y oscuridad que parpadeaban detrás de sus párpados cerrados. Luego, imágenes más nítidas: un bosque retorcid