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Capítulo 5: : El Despertar Silencioso y la Sombra Creciente

Capítulo 5: : El Despertar Silencioso y la Sombra Creciente

Agnes había logrado tolerar una semana en la manada Grecia Dorada, aunque la palabra "tolerar" apenas arañaba la superficie de la complejidad de sus emociones. Cada mañana, se despertaba con una mezcla de alivio y una extraña opresión en el pecho. El lujo de la habitación, las sábanas de seda y el balcón con vistas al bosque, eran un contraste brutal con la mugre y el frío del sótano. La ironía no se le escapaba: vivía en la mansión de su torturador, el mismo hombre que ahora la trataba con una gentileza que la desarmaba. Era una paradoja que su mente, acostumbrada a la simple lógica del dolor y la supervivencia, no lograba comprender del todo.

Los días transcurrían en una rutina extraña. Las mucamas, bajo la atenta supervisión de Blanca, se encargaban de sus necesidades con una deferencia que la hacía sentir incómoda. Le traían comidas deliciosas que apenas probaba, pues el hambre de años había sido reemplazada por una náusea persistente, una resaca emocional de su pasado. El collar de luna que Amón le había regalado se había convertido en su único consuelo. Lo tocaba a menudo, sintiendo la gema fría contra su piel, un ancla en la tormenta de su mente. Con cada toque, una parte de su miedo se desvanecía, reemplazada por una curiosidad incipiente.

Amón la visitaba cada noche. Se sentaba en la silla frente a su cama, a una distancia prudente, respetando su espacio. Le hablaba en voz baja, contándole anécdotas de la manada, de su día, a veces, incluso de su propia búsqueda de la mate, sin entrar en detalles que pudieran herirla. Agnes no respondía con palabras, pero le escribía en la pequeña pizarra que Dimitri le había traído, a sugerencia de Amón. Era una forma de comunicación lenta, pero se sentía segura, protegida en ese pequeño ritual. Le preguntaba sobre el bosque, sobre los ruidos nocturnos, sobre las estrellas. Y Amón, con una paciencia infinita, le respondía a todo, sus ojos grises suavizándose cada vez que ella se atrevía a una pregunta, cada vez que un atisbo de curiosidad rompía su caparazón de silencio.

La presencia de Dimitri, sin embargo, era diferente. Con él, la risa de Agnes, tan rara y fugaz, se hacía más frecuente. Dimitri no le hacía preguntas profundas ni la trataba con una cautela excesiva. Simplemente se sentaba con ella, le contaba chistes tontos que había escuchado de los guardias, le mostraba trucos de magia que aprendía de un viejo lobo chamán, o le narraba historias disparatadas de sus propias aventuras. Su energía era contagiosa, y con él, Agnes se sentía menos como una víctima y más como una persona normal.

Una tarde, mientras Dimitri le contaba una anécdota hilarante sobre un guardia que se había caído en un cubo de pintura, Agnes se rió a carcajadas. Una risa limpia y fuerte que sorprendió incluso a Dimitri. Amón, que había entrado sigilosamente en la habitación y se había quedado en el umbral, observando la escena, sintió un pinchazo en el pecho. No era celos, no del todo. Era una mezcla compleja de alivio, gratitud y una punzada de dolor. Dimitri podía hacerla reír, mientras que él, el Alpha, su mate, apenas lograba arrancar una sonrisa tenue.

Mírala, Amón —susurró Dereck en su mente, su voz suave, casi reverente. —Mírala. Está volviendo a la vida. Y tú… tú eres la razón.

Amón se acercó, la sonrisa en su rostro era genuina. —Vaya, Dimitri. Parece que tienes un nuevo público cautivo. Mi Luna está rendida a tus encantos.

Dimitri se encogió de hombros, una sonrisa pícara en su rostro. —Soy irresistible, hermano. ¿Qué puedo decir? Además, Agnes es una oyente excelente. No como tú, que siempre estás con esa cara de Alpha amargado.

Agnes, aún con una sonrisa en los labios, escribió rápidamente en su pizarra y se la mostró a Amón: "Es muy divertido. ¿Por qué no te ríes más?"

Amón sintió un calor en el pecho. —No todos tenemos el don de la comedia como Dimitri, pequeña. Mi trabajo es mantener la manada a salvo, no ser un bufón.

Bah, excusas —gruñó Dereck. —Solo quiere que ella lo vea como el macho alfa que es. Pero ella ya lo sabe.

Agnes lo miró con curiosidad, y luego dirigió su mirada hacia Dimitri. Algo en ella comenzaba a cambiar, a despertar. No solo sus emociones, sino algo más profundo. Una noche, mientras dormía, tuvo una pesadilla. No era de sus torturadores, sino una escena confusa de luz y oscuridad, de un bosque retorcido y una criatura con ojos rojos que la llamaba. Se despertó empapada en sudor, pero el miedo no era el mismo. Era… diferente. Como si una parte de ella reconociera lo que había visto.

Mientras Agnes comenzaba a sanar lentamente, la sombra de Britania crecía. La mujer no había aceptado la decisión de Amón de relegarla a las afueras de la mansión. Su orgullo, su ambición de ser la Luna, eran demasiado grandes para permitirlo. Las visitas de Amón a su nueva residencia eran escasas y frías, solo para asegurarse del bienestar del bebé, no por afecto. Britania lo odiaba, pero odiaba aún más a Agnes.

—¡Es una zorra! ¡Una humana inútil! ¡No puede ser la Luna! —gritaba Britania a quien quisiera escucharla, a las pocas mucamas que se atrevían a atenderla, a los guardias que custodiaban su puerta. Su voz, antes melódica, ahora era un chillido constante de resentimiento.

La manada, que había sido testigo de la humillación de Agnes en el pasado, ahora observaba con una mezcla de confusión y asombro. El Alpha había traído a su mate, una humana maltratada, mientras la hija de un Alpha importante, embarazada de su hijo, era apartada. Las habladurías corrían como la pólvora. Algunos susurraban que Amón había perdido la cabeza. Otros, que la humana debía tener algún poder oculto para haberlo cautivado de esa manera.

Britania, consumida por los celos y la rabia, comenzó a planear. Pequeños sabotajes. Dejaba comentarios venenosos al personal sobre Agnes, inventando historias de que la chica era manipuladora, una cazafortunas. Una vez, intentó convencer a una de las mucamas de ponerle algo en la comida a Agnes, algo que la hiciera enfermar, para que Amón la abandonara. Pero Blanca, con su lealtad inquebrantable a Amón y una creciente compasión por Agnes, frustró el intento.

Una tarde, Britania, desafiando las órdenes de Amón, logró colarse en la mansión. Su objetivo: la habitación de Agnes. Llevaba en sus manos un pequeño frasco con un líquido espeso y oscuro, su rostro contorsionado por una sonrisa maliciosa. Sabía que Agnes estaría en su balcón, mirando la luna, como solía hacerlo.

Pero cuando Britania llegó a la puerta, el aroma de Amón era tan fuerte, tan dominante, que la hizo retroceder instintivamente. Y luego, escuchó voces. La voz de Amón, grave y suave, y la risa tenue de Agnes. La rabia la consumió. "¡Maldita sea! ¡Lo ha cautivado! ¡Esa estúpida humana!" Se alejó, sus puños apretados, la poción aún en su mano. Su plan había fallado, pero su determinación para deshacerse de Agnes solo creció.

Amón, ajeno a las maquinaciones de Britania en ese momento, estaba cada vez más inmerso en su relación con Agnes. Su amor por ella crecía con cada día, con cada sonrisa, con cada atisbo de la verdadera mujer que se escondía bajo años de sufrimiento. Pero también crecía su preocupación. Notaba los sutiles cambios en Agnes. A veces, al tocarla, sentía una extraña energía bajo su piel, un pulso vibrante que no era humano ni lobuno. Sus ojos, aunque aún negros, a veces parecían absorber la luz de una manera peculiar, como un abismo sin fondo. Y esas pesadillas que la dejaban temblorosa, pero sin el mismo miedo.

Una noche, después de que Agnes se durmiera, Amón se quedó observándola. El collar de luna brillaba suavemente en su pecho. Se acercó a su mano, la misma mano que Dimitri había tomado con tanta facilidad. Sus dedos rozaron la piel de Agnes, y sintió una punzada, no de dolor, sino de algo parecido a una corriente eléctrica. Era un poder latente, algo incomprensible.

Está despertando, Amón —murmuró Dereck, su voz en la mente de Amón era más grave, más seria que nunca. —Siento el poder en ella. Es antiguo. Diferente a todo lo que conocemos. ¿Qué es ella, Alpha?

Amón frunció el ceño. Llevaba días investigando, consultando los antiguos tomos de su biblioteca, buscando cualquier mención a humanos con un aroma como el de Agnes, o con el tipo de sufrimiento que ella había soportado. Nada. Era como si ella fuera única.

—No lo sé, Dereck. Pero sea lo que sea, la protegeré. Nada le hará daño.

Ya le han hecho daño, Amón. Y la profecía… recuerda la profecía de la Luna de las dos caras. La que trae la salvación y la destrucción.

Amón se tensó. Esa profecía, un mero mito para él, ahora resonaba con una verdad inquietante. La Luna de las dos caras. Una que traería el equilibrio, pero a un costo terrible. No quería que Agnes fuera parte de eso, no quería que su vida, recién encontrada, fuera arrastrada a una guerra que él ni siquiera comprendía del todo.

La mañana siguiente, Amón decidió hablar con Dimitri. Lo encontró en el campo de entrenamiento, supervisando a los jóvenes lobos.

—Dimitri, necesito hablar contigo. En privado —dijo Amón, su voz grave, su mirada seria.

Dimitri asintió, despidiendo a los jóvenes lobos. Se adentraron en el bosque, a un claro apartado donde nadie pudiera escucharlos.

—¿Qué pasa, hermano? ¿Es Agnes? ¿Le ha pasado algo? —preguntó Dimitri, la preocupación evidente en su voz. Su conexión con Agnes era fuerte, casi como si sintiera las fluctuaciones en el ánimo de ella.

—No, no es eso. Bueno, sí, es ella, pero no le ha pasado nada malo —Amón suspiró, frotándose la sien. —Siento algo en ella, Dimitri. Un poder. Es extraño. No es licántropo, no es… nada que yo conozca. ¿Has sentido algo?

Dimitri se quedó en silencio por un momento, sus ojos azules fijos en el suelo, como si recordara algo. —Sí. Lo he sentido. Cuando la hago reír, a veces… a veces el aire alrededor de ella se calienta. O se enfría. Y sus ojos… sus ojos, a veces, parecen más profundos de lo normal. Es como si una tormenta se gestara dentro de ella. Pero no he querido asustarla. Ella ya tiene suficiente con todo lo que ha pasado.

—Lo sé —Amón asintió. —Pero la profecía… la de la Luna de las dos caras. ¿Crees que…?

Dimitri se tensó. —La Luna de las dos caras… la que equilibra la luz y la oscuridad. Un mito para mantener a los cachorros tranquilos. No creo que Agnes, con todo lo que ha sufrido, sea…

—Y si lo es, Dimitri. ¿Y si su sufrimiento, su condición humana, es lo que la hace especial? ¿Qué significa eso para nosotros? Para la manada? Para ella?

Dimitri suspiró. —Significa que la guerra que se avecina será más grande de lo que imaginamos. Los rumores… de las criaturas que han estado atacando otras manadas… de la oscuridad que se extiende por el norte… todo podría estar conectado. Y Agnes… ella podría ser la clave. O la víctima.

Amón asintió, la preocupación se asentó más profundamente en su pecho. —Necesito protegerla. De todo. De todos. Y de mí mismo, si es necesario.

—Lo harás, hermano —Dimitri le puso una mano en el hombro. —Ella confía en ti. Y yo estaré contigo. La protegeremos juntos.

La conversación entre los hermanos fue tensa, pero necesaria. Amón sabía que no podía enfrentar esto solo. La sombra de la guerra se cernía sobre ellos, una amenaza silenciosa que se manifestaba en los rumores de otras manadas atacadas, en los extraños fenómenos naturales que comenzaban a suceder en las tierras lejanas. Una sensación de inquietud se extendía por el aire, una tensión que los lobos podían sentir en sus huesos.

Esa noche, Amón regresó a la habitación de Agnes. La encontró dormida, el collar de luna brillando en su pecho como una pequeña estrella. Se sentó a su lado, sus ojos fijos en ella, la promesa de protegerla resonando en su mente. Ella era su Luna. Su vida. Y él haría cualquier cosa para que su luz brillara para siempre. Pero el camino sería largo, y las sombras del pasado, tanto las de ella como las suyas, amenazaban con consumirlos. La guerra se acercaba, y Agnes, sin saberlo, era el ojo de la tormenta.

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