Capítulo 5
Narrador omnisciente Rusia, en algún lugar de un inmenso bosque en la nada.
Una manada se preparaba para el regreso de su líder, sin imaginar lo que esa noche traería consigo. Entre risas y música, su población se alistaba para el esperado día: el Alpha regresaba, tras partir en busca de una bruja que lo ayudara con su maldición.
Las horas pasaron, y al caer la noche, la manada había terminado los preparativos. Los guardias que vigilaban los alrededores anunciaron que el Alpha ya se encontraba en territorio seguro. La noticia fue recibida con alegría, pues significaba que traía buenas nuevas.
Entre las sombras apareció un hombre de más de dos metros de estatura. Su cabello plateado brillaba al contacto con la luz de la luna, sedoso y resplandeciente. Sus ojos color miel resplandecían en la oscuridad, y su cuerpo imponía respeto, más aún por el aura que lo envolvía. Los músculos de sus brazos se contraían con naturalidad, hipnotizando a muchas mujeres de la manada con apenas una mirada fugaz.
Todos —sobre todo las mujeres— celebraban su regreso, esperando ansiosos sus noticias.
—Alpha, qué gusto tenerlo de vuelta —saludó un hombre de avanzada edad, considerado el más sabio de la manada, a quien todos acudían por consejo.
El Alpha lo miró y asintió con la cabeza. No obstante, deseaba llegar a su hogar: el viaje lo había agotado. Sin embargo, su responsabilidad le impedía descansar aún.
Mientras avanzaba, más personas se acercaban a saludarlo. Algunos lo recibían con respeto; otros, con una cercanía más atrevida. Pero nada que él no pudiera manejar.
Terminada la ceremonia y los festejos, por fin se retiró a su casa. No obstante, cuanto más se acercaba, más sentía una extraña energía: asfixiante, densa, como si el aire pesara más de lo normal.
No comprendía qué ocurría. Su cuerpo comenzó a moverse solo, como si una fuerza invisible lo guiara. Por más que intentó resistirse, fue arrastrado hasta el patio trasero de su mansión, el cual conectaba con un inmenso bosque.
No sabía qué pasaba. La energía se alejaba cada vez más de su casa, y él simplemente la seguía. Caminó sin tener noción del tiempo, pero cuando al fin se detuvo, estaba frente a una cascada, iluminada por la luna.
Sin embargo, lo extraño no era el paisaje, sino que las flores que la rodeaban comenzaron a marchitarse. Una nube oscura emergió de las profundidades del agua, y con ella, la silueta de una persona fue tomando forma. Su rostro, borroso y sin definición, era como una mancha oscura, perturbadora.
El Alpha estaba alterado, pero no mostró temor. Intentó hablar, pero su voz no salía. La sombra se movió lentamente hacia él, y su corazón se aceleró con cada paso que daba la figura.
—Alpha de la manada Ángel de la Muerte, qué gusto por fin conocerte —habló la sombra. Su voz era macabra, como un susurro helado al oído que eriza la piel.
El Alpha deseaba hablar, marcharse, hacer algo… pero seguía paralizado.
—El tiempo de tu maldición ha llegado a su fin. Pronto encontrarás tu mayor deseo —prosiguió la sombra, acercándose aún más—. Pero no será sencillo ganarte su favor. Tu deseo está roto por dentro. Durante años, su espíritu ha ido muriendo. Su destino está escrito, y nadie puede cambiarlo. La muerte le llegará como un acto divino, hermoso… pero pocos sabrán que ese ser está destinado a ser su verdugo.
Mientras hablaba, el Alpha sentía cómo su fuerza vital le era arrebatada, aunque luchaba con todas sus fuerzas para resistir.
—Nada puede hacerse para cambiar su destino. Tú y tu manada serán los encargados de cumplirlo. Tú serás su felicidad... y también su verdugo. Yo fundé tu manada, por eso llevas su nombre y su poder. Y es por eso que debes cumplir con lo dicho… aunque eso te destruya.
Como si se desatara una tormenta, las hojas de los árboles comenzaron a agitarse violentamente. El Alpha solo podía observar, impotente.
De entre los árboles, una luz apareció repentinamente, embistiendo al espectro y alejándolo del Alpha. Solo entonces el líder pudo volver a respirar.
Pero no duró mucho.
El espectro se levantó de nuevo y arremetió contra la luz. Ambas entidades se enfrentaron como dos fuerzas naturales. Con cada impacto, el viento se intensificaba o la lluvia caía con furia.
En medio de la batalla, la figura luminosa adoptó forma humana. Era un joven de cabellos negros, piel pálida y ojos azules. Empuñaba una espada envuelta en fuego, aunque no parecía quemarle. Vestía un traje de combate negro, ajustado, que marcaba su cuerpo entrenado.
—¡Demonio del Inframundo! Sabes que este ya no es tu reino. Ni tú ni esta manada les pertenecen. Tus planes para volver al mundo de los vivos siempre serán truncados por aquellos con voluntad. No importa cuánto lo intentes… el resultado será el mismo. Jamás te dejaremos regresar —bramó el joven, su voz fuerte y clara.
El bosque quedó en silencio… roto solo por la perturbadora carcajada del espectro. Este se enderezó, sin perder su postura imponente.
—No te confíes, insignificante protector. Esta vez no será como hace mil años. Hoy tengo un as bajo la manga. Mi nuevo cuerpo vendrá a mí por voluntad propia… y ni tú ni nadie podrán impedirlo. Todos están condenados.
Y con esas últimas palabras, desapareció.
El joven protector no vio lo que ocurrió después: los ojos del Alpha, tras él, se tornaron completamente blancos por un instante. Solo por un segundo, antes de volver a la normalidad. Luego, el líder se desplomó, su energía drenada por completo.
Antes de perder el conocimiento, un pensamiento resonó en su mente:
"Tú serás su felicidad… también su verdugo. La traerás a mí, para que yo renazca."
El protector se acercó al cuerpo del Alpha. Antes de enviarlo de vuelta a su habitación, tomó uno de los muchos anillos que llevaba y se lo colocó. No era un anillo común: este lo protegería de entidades que intentaran manipular su mente.
—El tiempo se acerca. La fecha límite está por terminar… pero hoy, yo te concedo el don de escribir tu propio destino —murmuró el joven antes de desaparecer junto con el Alpha en un destello de luz.