—Necesito hacer una llamada —pidió la humana, mientras sus dedos temblaban ligeramente.
No era solo el dolor físico. Era ese otro tipo de dolor: el de la culpa, el del abandono. De pronto, recordó que en algún rincón de la ciudad, un hombre la esperaba. Silas. Su compañero de piso. El que la había despedido con la voz baja, con esa súplica que ahora le dolía recordar.
“Solo regresa…”
Ella no había regresado. Y no porque no quisiera. Ya habían pasado varios días. ¿Qué habría sido de él?
Nyxara, que hasta entonces había permanecido en la habitación, le tendió un móvil con discreción.
—Haz lo que tengas que hacer —murmuró.
Vida asintió y marcó el número. Una vez. Nada. Dos veces. Silencio. Tres veces… tampoco.
No sabía que, al otro lado, su amigo se estaba deshaciendo lentamente. Silas había dejado de comer, de dormir, de afeitarse. Llamó a la empresa, buscó entre papeles, revisó la basura, caminó por calles donde creía haberla visto antes. Se había vuelto loco buscándola.
Y cuando el te